Nora llegó a mi consulta psiquiátrica hace unos tres meses porque una de sus más queridas amigas es mi paciente.
Su
problema, de difícil resolución, le había povocado a lo largo del
tiempo, un estado de tristeza crónica que podía desencadenar en una
depresión severa.
Nora se había casado a la edad de veintitrés
años y compartía con su esposo un matrimonio feliz. Tuvieron dos hijos
que ahora son adolescentes y en la pareja ambos trabajaban en empleos
relativamente bien remunerados.
Su esposo era empleado bancario,
con un puesto de tesorero. Cargo con responsabilidades medias que le
habían producido en forma reiterada picos de estrés y una depresión
tratada médicamente, pero compensada. Con problemas de sobrepeso e
hipertensión, a lo largo del tiempo, su salud sufrió un desgaste
progresivo que le obligó a jubilarse anticipadamente y a tener un
equilibrio precario, producto de problemas cardíacos, que
afortunadamente están tratados y compensados.
Nora es profesora
de matemáticas en dos escuelas secundarias. A raíz del retiro anticipado
de su esposo, se había convertido en la cabeza de una familia que a
pesar de todos sus problemas, se mantenía a flote y relativamente
equilibrada gracias al gran cariño que se profesaban entre ellos.
Decía
que el problema de Nora era de difícil resolución, producto de la
impotencia sexual de su marido, que se comenzó a manifestar desde hace
unos cinco años. La medicación cardíaca y la hipertensión, le hacen
imposible el uso de viagra.
Al principio de la aparicion de los
sintomas de impotencia, la relación se había convertido en un conflicto
permanente, en el cual, la impotencia se mezclaba con reproches de ambas
partes. Su matrimonio había sobrevivido a esa época sólo por una tenaz
perseverancia de Nora, que comprendió finalmente que los doctores tenían
razón al decirle a su marido que probablemente no podría tener
relaciones en bastante tiempo.
El problema se habia suscitado
porque si bien Nora había intentado estimular de todos los modos
posibles a su pareja, incluyendo la estimulación oral, su esposo
finalmente se había resignado a no tener relaciones, tomando esa
decisión unilateralmente y basándose exclusivamente en su frustración
personal.
El tema era que Nora no había tenido relaciones en unos
cinco años y su esposo ni tan siquiera había intentado mastrurbarla
manualmente o intentado practicarle sexo oral.
Tal era el estado de situación en el que Nora se encotraba al llegar a mi consulta.
Al
principio le había pedido y hasta rogado a su esposo que le ayudara a
masturbarse o le practicara sexo oral, pero ante la negativa reiterada y
a veces colérica, con el tiempo, había dejado de solicitarle cualquier
tipo de satisfacción sexual.
Así pasó el tiempo y Nora había
terminado de rendirse. Su matrimonio se había convertido en una sociedad
de compañía y apoyo, deteriorándose con el tiempo por la frialdad
asexual que les acompañaba.
Con las consultas, Nora se explayaba
en sus problemas y me había confesado que había pensado en venir a la
consulta, a raíz de que había comenzado a pensar cosas que no debía o
que consideraba incorrectas. Fantseaba e incluso se masturbaba con la
imagen de compañeros de trabajo, amigos personales o esposos de amigas.
Intenté explicarle lo natural de la situación y traté de acallar sus
pensamientos culposos, producto de su desafortunada situación actual.
Con
el tiempo, establecimos una relación de gran confianza mutua. Noté que
Nora había comenzado a cambiar de aspecto. Venía mejor arreglada a la
consulta, con vestidos sugerentes que no llegaban a ser provocativos.
Comenzó a manifestar una tendencia a relatarme sus sus fantasías
eróticas. Y cuando lo hacía, solía mover lenta e insinuantemente sus
hermosas piernas.
En una de las sesiones, comenzó a relatarme una
fantasía erótica en la que estaba yo involucrado. Relató, completamente
nerviosa, que me veía apuesto y varonil. Con lujo de detalles comenzó a
explicarme lo que deseaba que le hiciera, incluyendo detalles
extremadamente explícitos. El relato se tornó muy cachondo, al punto que
no pude evitar que mi pantalón se abultara en la región genital.
En
un movimiento que me tomó desprevenido, Nora tomó mi mano y la llevó a
su entrepierna, deslizándola por dentro se su braga. Una ola de
excitación me invadió cuando noté su sexo mojado y caliente. Hablaba de
un modo susurante, y de una manera tan halagadora respecto de mi persona
que no pude evitar sentirme confundido y completamente excitado.
Nora
había acudido a la consulta con un vestido rosado claro muy entallado a
su cuerpo en el tórax, pero que se ampliaba en la falda. Estaba ella
acostada en el diván y mi mano había comenzado a acariciarle
intensamente. Le abrí la falda por completo para quitarle su braga y en
un instante abalancé mi boca sobre su sexo húmedo y cálido. Nora atrajo
mi cabeza contra su coño mientras arqueaba su cuerpo en una contracción
intensa de placer.
Después de algunos momentos de estimulación
oral, llevó mi boca contra la suya y me desprendió el pantalón para
liberar mi sexo por completo. Su abstinencia sexual se hacía evidente en
el deseo de sus movimientos. Abrió sus piernas por completo y con su
mano guió la cabeza de mi polla a su sexo mojado. Sin pensarlo
demasiado, le penetré suave pero firmemente hasta llevar dentro de su
vagina todo el largo de mi cabezón pene.
Comencé a moverme lenta y
firme entrando y saliendo de su vagina mientras ellas respondía a mis
movimientos con contracciones musculares que llevaban su cadera adelante
y atrás rítmicamente. Gemía al compás de los movimientos y había
inclinado hacia atrás su cuerpo. Notaba yo que mientras mi pene recorría
toda la extensión de su interior, Nora se calentaba más y más. Tomó mis
caderas con sus manos y me guió para que le diera embestidas fuertes y
profundas, mientra notaba que nos mojábamos al ritmo de nuestra mutua
excitación.
Con la cara interna de sus muslos acariciaba mis
piernas y a veces me rodeaba por completo para apretarme con sus piernas
en un intento de que le embistiera rudamente. Le sentía gemir y en
ocasiones, sus manos jalaban la falda para subirla por completo en un
intento de sentir plenamente el contacto de nuestras piel desnuda.
No
tardamos en llegar rápidamente al primer clímax, que ocurrió en medio
de un largo beso de lengua, mientras mi boca estaba llena de su saliva.
Nuestra respiración era completamente agitada y no podíamos pronunciar
ninguna palabra. Cuando pude sentir que Nora terminaba, eyaculé dentro
de su vagina. Retiré el pene y luego de separarnos, nos dedicamos a
desnudarnos por completo.
Recorrí el cuerpo de mi amante
cubriéndole de besos lentos y salivosos. Lamí sus pezones y luego nos
recostamos en el diván y me acurruqué contra su espalda. Le di besos en
el cuello y mientras recorría su abdomen y sus pechos con mis manos,
atraje su cadera contra la mía y mientras su culo se comodaba contra mi
pelvis, le penetré nuevamente por la vagina, iniciando nuevamente la
danza amorosa de penetración plena con la misma excitación del
principio.
Nora se dejaba tomar por mis embestidas brutales con
gritos de placer y gemidos de excitación, que se hacían más evidentes
cuando llegaba yo al cuello del útero en la profundidad de mi
penetración.
Habremos pasado allí varios minutos. Después de
varios orgasmos, Nora terminó satisfecha por completo. Cuando no pude
contenerme más, volví a llenarle de semen mientras sentía cómo emitía un
gritito suave de placer contenido.
A partir de ese día, hemos
seguido siendo amantes, ocupándome yo bien de darle el último turno de
los días miércoles de cada semana.
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