miércoles, 17 de octubre de 2012

La paciente




















La paciente

Nora llegó a mi consulta psiquiátrica hace unos tres meses porque una de sus más queridas amigas es mi paciente.

Su problema, de difícil resolución, le había povocado a lo largo del tiempo, un estado de tristeza crónica que podía desencadenar en una depresión severa.

Nora se había casado a la edad de veintitrés años y compartía con su esposo un matrimonio feliz. Tuvieron dos hijos que ahora son adolescentes y en la pareja ambos trabajaban en empleos relativamente bien remunerados.

Su esposo era empleado bancario, con un puesto de tesorero. Cargo con responsabilidades medias que le habían producido en forma reiterada picos de estrés y una depresión tratada médicamente, pero compensada. Con problemas de sobrepeso e hipertensión, a lo largo del tiempo, su salud sufrió un desgaste progresivo que le obligó a jubilarse anticipadamente y a tener un equilibrio precario, producto de problemas cardíacos, que afortunadamente están tratados y compensados.

Nora es profesora de matemáticas en dos escuelas secundarias. A raíz del retiro anticipado de su esposo, se había convertido en la cabeza de una familia que a pesar de todos sus problemas, se mantenía a flote y relativamente equilibrada gracias al gran cariño que se profesaban entre ellos.

Decía que el problema de Nora era de difícil resolución, producto de la impotencia sexual de su marido, que se comenzó a manifestar desde hace unos cinco años. La medicación cardíaca y la hipertensión, le hacen imposible el uso de viagra.

Al principio de la aparicion de los sintomas de impotencia, la relación se había convertido en un conflicto permanente, en el cual, la impotencia se mezclaba con reproches de ambas partes. Su matrimonio había sobrevivido a esa época sólo por una tenaz perseverancia de Nora, que comprendió finalmente que los doctores tenían razón al decirle a su marido que probablemente no podría tener relaciones en bastante tiempo.

El problema se habia suscitado porque si bien Nora había intentado estimular de todos los modos posibles a su pareja, incluyendo la estimulación oral, su esposo finalmente se había resignado a no tener relaciones, tomando esa decisión unilateralmente y basándose exclusivamente en su frustración personal.

El tema era que Nora no había tenido relaciones en unos cinco años y su esposo ni tan siquiera había intentado mastrurbarla manualmente o intentado practicarle sexo oral.

Tal era el estado de situación en el que Nora se encotraba al llegar a mi consulta.

Al principio le había pedido y hasta rogado a su esposo que le ayudara a masturbarse o le practicara sexo oral, pero ante la negativa reiterada y a veces colérica, con el tiempo, había dejado de solicitarle cualquier tipo de satisfacción sexual.

Así pasó el tiempo y Nora había terminado de rendirse. Su matrimonio se había convertido en una sociedad de compañía y apoyo, deteriorándose con el tiempo por la frialdad asexual que les acompañaba.

Con las consultas, Nora se explayaba en sus problemas y me había confesado que había pensado en venir a la consulta, a raíz de que había comenzado a pensar cosas que no debía o que consideraba incorrectas. Fantseaba e incluso se masturbaba con la imagen de compañeros de trabajo, amigos personales o esposos de amigas. Intenté explicarle lo natural de la situación y traté de acallar sus pensamientos culposos, producto de su desafortunada situación actual.

Con el tiempo, establecimos una relación de gran confianza mutua. Noté que Nora había comenzado a cambiar de aspecto. Venía mejor arreglada a la consulta, con vestidos sugerentes que no llegaban a ser provocativos. Comenzó a manifestar una tendencia a relatarme sus sus fantasías eróticas. Y cuando lo hacía, solía mover lenta e insinuantemente sus hermosas piernas.

En una de las sesiones, comenzó a relatarme una fantasía erótica en la que estaba yo involucrado. Relató, completamente nerviosa, que me veía apuesto y varonil. Con lujo de detalles comenzó a explicarme lo que deseaba que le hiciera, incluyendo detalles extremadamente explícitos. El relato se tornó muy cachondo, al punto que no pude evitar que mi pantalón se abultara en la región genital.

En un movimiento que me tomó desprevenido, Nora tomó mi mano y la llevó a su entrepierna, deslizándola por dentro se su braga. Una ola de excitación me invadió cuando noté su sexo mojado y caliente. Hablaba de un modo susurante, y de una manera tan halagadora respecto de mi persona que no pude evitar sentirme confundido y completamente excitado.

Nora había acudido a la consulta con un vestido rosado claro muy entallado a su cuerpo en el tórax, pero que se ampliaba en la falda. Estaba ella acostada en el diván y mi mano había comenzado a acariciarle intensamente. Le abrí la falda por completo para quitarle su braga y en un instante abalancé mi boca sobre su sexo húmedo y cálido. Nora atrajo mi cabeza contra su coño mientras arqueaba su cuerpo en una contracción intensa de placer.

Después de algunos momentos de estimulación oral, llevó mi boca contra la suya y me desprendió el pantalón para liberar mi sexo por completo. Su abstinencia sexual se hacía evidente en el deseo de sus movimientos. Abrió sus piernas por completo y con su mano guió la cabeza de mi polla a su sexo mojado. Sin pensarlo demasiado, le penetré suave pero firmemente hasta llevar dentro de su vagina todo el largo de mi cabezón pene.

Comencé a moverme lenta y firme entrando y saliendo de su vagina mientras ellas respondía a mis movimientos con contracciones musculares que llevaban su cadera adelante y atrás rítmicamente. Gemía al compás de los movimientos y había inclinado hacia atrás su cuerpo. Notaba yo que mientras mi pene recorría toda la extensión de su interior, Nora se calentaba más y más. Tomó mis caderas con sus manos y me guió para que le diera embestidas fuertes y profundas, mientra notaba que nos mojábamos al ritmo de nuestra mutua excitación.

Con la cara interna de sus muslos acariciaba mis piernas y a veces me rodeaba por completo para apretarme con sus piernas en un intento de que le embistiera rudamente. Le sentía gemir y en ocasiones, sus manos jalaban la falda para subirla por completo en un intento de sentir plenamente el contacto de nuestras piel desnuda.

No tardamos en llegar rápidamente al primer clímax, que ocurrió en medio de un largo beso de lengua, mientras mi boca estaba llena de su saliva. Nuestra respiración era completamente agitada y no podíamos pronunciar ninguna palabra. Cuando pude sentir que Nora terminaba, eyaculé dentro de su vagina. Retiré el pene y luego de separarnos, nos dedicamos a desnudarnos por completo.

Recorrí el cuerpo de mi amante cubriéndole de besos lentos y salivosos. Lamí sus pezones y luego nos recostamos en el diván y me acurruqué contra su espalda. Le di besos en el cuello y mientras recorría su abdomen y sus pechos con mis manos, atraje su cadera contra la mía y mientras su culo se comodaba contra mi pelvis, le penetré nuevamente por la vagina, iniciando nuevamente la danza amorosa de penetración plena con la misma excitación del principio.

Nora se dejaba tomar por mis embestidas brutales con gritos de placer y gemidos de excitación, que se hacían más evidentes cuando llegaba yo al cuello del útero en la profundidad de mi penetración.

Habremos pasado allí varios minutos. Después de varios orgasmos, Nora terminó satisfecha por completo. Cuando no pude contenerme más, volví a llenarle de semen mientras sentía cómo emitía un gritito suave de placer contenido.

A partir de ese día, hemos seguido siendo amantes, ocupándome yo bien de darle el último turno de los días miércoles de cada semana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario