miércoles, 7 de noviembre de 2012

Mi bella Ana



















Mi bella Ana

Tuve el gusto de conocer a Ana en una conferencia de pedagogía. Mi bella Ana, como le llamo, es maestra jardinera. Ella había asistido con mucho interés a esa charla. La conferencia trataba sobre lo que podía aportar la psicología neurocognitiva a las aulas.

En esa ocasión me senté a su lado y siempre he pensado que no pude menos que quedar cautivado por su simpatía natural y su personalidad magnética. Creo que la empatía fue instantánea. A mí la conferencia me interesaba porque enseño a adultos de barrios marginales. Hacer comentarios durante la exposición e intercambiar data en la hora de receso, casi fue natural.

Ese día le invité a comer juntos antes de volver al curso. Iniciamos así una relación que fue creciendo a base de mensajes de texto, correos, chat y encuentros esporádicos.

Muchos de esos encuentros fueron "casualidades" que forcé para poder encontrarme con Ana en diversos momentos. Salvando las diferencia obvias, nuestras vidas se semejaban en varios aspectos, sobre todo en lo que respecta a problemas de pareja.

Ambos habíamos experimentado un cúmulo de problemas, para finalmente caer en una rutina cotidiana que nos dejaba un sabor de insatisfacción. Los dos podíamos notar en nuestras vidas un ansia de encontrar un alma gemela. Ese tipo de persona que lamentablemente no eran nuestras parejas.

El día en el que transcurre esta historia, habían pasado varios meses desde ese primer encuentro casual. La atracción mutua que sentíamos el uno por el otro ya era muy evidente para ambos. Habíamos llegado a ese punto en el que buscábamos momentos de soledad para que nadie escuchara nuestras charlas.

Borrar los mensajes de texto, abrir el correo o chatear eran actividades cotidianas que nos exigían ocultarnos de miradas indiscretas. No era raro cerrar rápidamente una sesión, o cuidar que la pantalla no reflejara las fotos que nos mandábamos por mail.

Aún no habíamos consumado con el sexo nuestra relación, pero ambos estábamos seguros que el momento apropiado llegaría. Mientras tanto, nuestra complicidad hacía que cada charla, cada mensaje, cada pensamiento mutuo, fuera adormeciendo nuestras dudas, nuestros temores y nuestros remordimientos porque sabíamos que terminaríamos por consumar en la cama nuestro amor.

Es curioso cómo la vida nos empuja a la traición. La sordera crónica del otro, la apatía. La incomprensión de una pareja de nuestras necesidades va quemando por dentro una relación que en aparciencia es buena. Pero la realidad es como un árbol carcomido, cuya corteza parece intacta, pero por dentro hay un vacío que ya no puede ser llenado por el otro.

Aquella mañana me había tomado el subte en Constitución y tenía que ir a mi estudio en la zona de Retiro. A pocas cuadras de la estación de trenes, sobre Florida, está el departamento que tengo equipado para mi otro trabajo: el de consultor de empresas.

Iba a ser una mañana tranquila. No tenía que ir al colegio porque se realizaban arreglos en el edificio y las cuadrillas tenían que cortar el agua durante todo el día. Para escapar al aburrimiento de casa, decidí ir a la oficina y escribir algo en la tranquilidad del silencio. Como trabajo allí por las tardes, tenía hasta las 14 horas antes de la llegada del primer cliente.

Mi vagón venía semivacío. Cuando nos detuvimos unos momentos en Independencia, fue grande mi sorpresa al ver a Ana abordar el subte. Viajaba sola, para mi completa alegría. Luego del asombro, su rostro luminoso y sonriente me miraba mientras compartíamos una charla apartados de todo, cerca de la puerta.

Resultó que Ana había tomado licencia para cumplir con un trámite personal y ahora se dirigía a la peatonal, para mi inmensa alegría. Entre comentarios de asombro por la extraordinaria coincidencia, le invité a conocer mi estudio. Ana aceptó encantada.

Nada más llegar, le mostré las dependencias y despues de mirar atentamente todos los detalles, mi amada quedó encantada con la vista hacia la calle, que permitía ver el gentío e imaginar el bullicio. Preparé un café y fuimos a la habitación en donde tengo el despacho. Mi dama probó el sillón y con un gesto cómplice se apoderó de él para sentarse con las piernas recogidas mientras dejaba sobre la alfombra su calzado.

Charlamos animadamente mientras el café humeante dibujaba trazos iluminados por la claridad que dejaba filtrar el ventanal. Su figura acurrucada y la sensual imagen de sus rodillas y piernas que podía ver frente a mí, la relajación del momento que sentíamos por no tener que estar pendientes nada más que de nosotros mismos, fueron los elementos cómplices de lo que sucedió.

Bebí el café en pequeños sorbos hasta vaciar mi taza. Me acerqué hacia ella e inclinando mi cuerpo sobre el suyo, tiré suavemente hacia atrás su cabeza mientras una de mis manos recorría sus tobillos, piernas y rodillas. Sé que pudo parecer premeditado, pero la verdad es que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Me dejé llevar por el momento, por mis institntos y por ese amor que ya era manifiesto en mi corazón.

Cuando me acerqué a sus labios no sabía lo que sucedería. Quizá Ana terminaría apartándome y por un momento temí por nuestra relación. Pero no fue así. Me respondió el beso y reaccionó a mis caricias con una intensidad que se me antojó contenida por mucho tiempo.

Desabrochó el botón de mi pantalón mientras yo buscaba el cierre de su falda. La cortina no estaba del todo cerrada, pero la posición del escritorio permitía que el sillón y nosotros mismos estuviéramos fuera del alcance de miradas indiscretas.

Quitada la falda, podía ver sus hermosas y suaves piernas cubiertas con una finas y delicadas medias que remataban en unas ligas. Tenía una bonita tanga blanca. Me fascinan las mujeres que llevan ropa interior elegante. Yo estaba seguro que Ana era de este estilo.

Abierta su blusa después de desabotonarla por completo, comencé a tocarle los pechos mientras deslizaba la prenda por sus brazos. Un breve quejido mezcla de excitación y placer escapó de sus labios. Bajé el sujetador y le desprendí para concentrarme luego en apartar su tanga y deslizar mis dedos alrededor de su sexo.

Con mis labios busqué sus pezones. A esa altura yo estaba completamente desnudo y Ana acariciaba mi cuerpo deslizando sus manos muy lentamente sobre mi piel. Como si quisiera memorizar cada uno de los pliegues, cada detalle. Yo disfrutaba de ese contacto tan personal que es una caricia de amor porque no recibo caricias a menudo.

Los besos en la boca eran tan intensos y tan largos que por momentos parecía que me faltaba el aire. Continué besándole mientras bajaba y llegué a su estómago deteniéndome un momento a la altura de su tanga. Separé sus piernas sin dificultad. Jugando con el elástico mis dedos llegaron a la parte más baja y aparté la tela hacia el muslo para dejar el sexo de Ana a la vista. Llevé mis labios hasta allí mismo.

Ana se arqueaba y acomodaba sobre el sillón para acompañarme en esa danza erótica alrededor de su cuerpo. Cuando me separaba un poco para mirarle, podía ver por un momento una sonrisa sensual y cómplice en sus labios. Después de unos instantes, guiaba con sus manos mi cabeza para dejar mi boca sobre su coño.

Comencé a bajarle la tanga hasta quitársela del todo. Separé nuevamente sus piernas y con un movimiento reflejo Ana las abrió completamente, dejando expuesto su sexo por completo. Empecé a estimularle nuevamente con mi lengua. Ella respondía a mis caricias clavándome las uñas en los hombros, en un intento incosciente de embestirme ella misma contra su sexo. Introduje mi lengua en su vagina.

Seguí con ese juego el tiempo suficiente como para disfrutar el sabor de su coño, así como la cálida y dulce sensación de tragar ese manjar que es el licor viscoso de su sexo caliente. Con la lengua jugaba con su clítoris.

Después de varios minutos, acomodamos nuestros cuerpos para la penetración. Ana se sentó en el borde del sillón con las piernas bien abiertas. Yo tomé un par de cojines y colocándolos delante de mi hermosa y excitante compañera, me arrodillé sobre ellos. Mentalmente sentía que estaba rezándole a una diosa infinita y todopoderosa que podía darme la felicidad que siempre he buscado.

Tomé mi miembro que ya estaba duro como roca y goteaba mojando toda la cabeza y le metí dentro de su vagina, llevándolo lo más adentro que me permitía esa posición. Con mi pulgar derecho estimulaba su clítoris de forma descarada, dándole así todo el placer que podía yo entregarle en esa mañana.

Mientras le bombeaba adelante y atrás, Ana me besó apasionadamente con la boca totalmente abierta. Con una mano aprisionaba mi culo y con la otra estimulaba mis testículos acariciándolos con la punta de los dedos.

Por unos momentos, ensayé otra posición pasando una de mis piernas por encima de la suya, penetrándola ligeramente de costado. Llegaba tan profundo que mi pubis podía estimular directamente su clítoris al chocar con él durante la embestida. Me mantenía allí por unos instantes y movía las caderas en círculos pequeños mientras presionaba su pubis. Ana respondía con gemidos, apretones y más movimiento de caderas.

Noté que Ana se corrió al sentir la contracción de los músculos vaginales contra mi pene desnudo. En ese momento una de sus manos estaba sobre mi cintura. Cuando se vino tomó con sus dedos un buen trozo de mi piel y me estrujó fuertemente mientras arqueaba su espalda hacia atrás y un gemido intenso escapaba de sus labios.

Cuando noté que su vagina se relajaba, indicando que había terminado, retiré el pene hasta quedar bien cerca de la entrada de la vagina. Comencé un intenso movimiento de vaivén estimulando los primeros cinco centímetros de su interior. Retiraba el pene sin sacarlo del todo, dejando apenas la punta dentro de ella y arremetía nuevamente en la penetración hasta que ingresaba solamente la cabeza de la picha.

Repetí fuertemente ese movimiento de vaivén, con una estimulación rápida tan intensa que en pocos minutos Ana estuvo lista nuevamente para un segundo orgasmo. Esta vez le pedí que me avisara cuando estuviera a punto para terminar juntos.

Así lo hizo. Cuando estaba lista para llegar, me pidió que eyaculara para terminar. Dócilmente, seguí conteniéndome hasta que sus contracciones internas me avisaron que era hora. Llevé el pene lo más adentro que pude y mi glande llegó a sentir el cuello uterino en el momento justo de llenarla de semen, que brotó saliendo de mí con la sensación de borbotones de leche que nos terminó mojando a ambos en el interior de su hermos cuerpo.

Me quedé dentro de ella por unos momentos más, disfrutando de la sensación de intimidad amorosa que nos envolvía y pudiendo yo sentir las últimas contracciones vaginales de mi amada. Al retirar la polla, alcancé a ver cómo un hilo de semen salía de su interior y terminaba manchando la tapicería de cuero del sillón. A pesar de mi agotamiento, no pude evitar sentir una nueva ola de excitación mental (ya que mi cuerpo desfallecía) al ver que mi hembra llevaba mi semen en su interior.

Me abracé tiernamente para sentir la calidez de su cuerpo, a lo que Ana respondió envolviéndome con sus piernas y brazos. Era ese gesto íntimo que sólo puede darse entre amantes, que no sólo comparten una relación física, sino que tienen una comunión entre almas que se adoran más allá de las palabras.

En esa mañana otoñal, Ana y yo sellamos nuestro destino.

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