miércoles, 3 de abril de 2013

Agencia 1














Diario de una Agencia de acompañantes

Entrega 1. Guillermo

Este es el diario de Guillermo, un trabajador sexual que lleva una doble vida.



Era mediodía. Para ser entrado otoño, la temperatura estaba bien agradable y Guillermo había decidido salir de la oficina y buscar algo de comer.  El día estaba soleado y hermoso para caminar. Su plan consistía en llegar al Patio de Comidas del Shopping cercano, buscar algo y retornar a comer en compañía de Clara.

Clara era la agente de contactos, que había quedado atendiendo el teléfono y derivando las llamadas a los acompañantes.

Mientras él caminaba lentamente, disfrutando de la brisa apenas fresca de esa hora del día, aguardaba la respuesta de Eliza. Le había mandado un mensaje de texto para saber si ella volvería a comer o estaría ocupada hasta entrada la tarde.

Ultimamente había estado trabajando con Eliza. Por alguna razón, la oficina recibía muchos llamados de mujeres bi que querían experimentar con parejas. Por él estaba bien. Eliza no sólo era una gran compañera, sino que sabía motivarlo lo suficiente como para mantener un buen desempeño por muchos minutos.

Mientras caminaba con paso cansino, empezó a recordar la última sesión con Eliza y la visión de su culo hermosamente tallado, su estómago y la curva de esos pechos que coronaban en pezones duros y erectos, comenzó a excitarse. En esa ocasión, la clienta no había sido precisamente la más erótica que había tenido y Guillermo, gracias a la presencia de Eliza, no había necesitado del viagra para poder copular con la dama en cuestión.

Le llegó el sonido del mensaje que le decía que si, que su compañera y amiga estaba volviendo. Le pedía la gentileza de comprarle algo de comer. Sonrió al leer el texto y decidió mentalmente que seguramente le vendría bien alguna elaborada comida vegetariana. De sobra conocía sus gustos.

Se conocían de mucho tiempo antes. Cuando él ingresó a la agencia, Eliza trabajaba desde hacía un par de años.

Llegó al shopping y deambuló un poco, mirando algo de ropa en las vidrieras. Se detuvo a observar un buen traje ceniza oscuro y por el vidrio del escaparate, reconoció el rostro de una dama que acompañaba a un hombre de mediana edad que en ese momento, era atendido por un empleado.

Se estaba probando un saco de color demasiado claro para el gusto de Guillermo, que solía elegir no sólo por la época, sino también por la edad. En ese negocio, la presencia, la elegancia y el buen gusto, son elementos determinantes para tener éxito. Sin lugar a dudas, esa mujer sí sabía del buen gusto, algo de lo que el hombre carecía por la vestimenta que le veía.

Mientras el hombre era atendido, los ojos de la mujer se encontraron con Guillermo. Después de un esbozo de sopresa que le llevó a retirar la mirada ojos momentáneamente, la mujer se recompuso. Guillermo tenía la suficiente experiencia como para ser impasible ante lo imprevisto, como si de un jugador de póker se tratara.

Luego de tranquilizarse, la dama volvió a mirarlo a los ojos y al darse cuenta que estaba segura, le sonrió disimuladamente con un gesto de pícaro encanto. Guillermo respondió con una leve sonrisa mientras recordaba su encuentro, que ciertamente había sido salvaje. Verdaderamente la tía le había dejado exhausto la noche en cuestión, pero había sido generosa con creces y él había recibido una suculenta propina.

La agencia era generosa con sus chicos. Las transacciones se pagaban por anticipado, pero lo que los clientes dejaran después del sexo, quedaba para ellos.

Después de un intercambio de sonrisas, la mujer hizo un gesto para indicar que le llamaría pronto. Para él era una buena señal, porque siempre prefería tener clientes agradables, como en este caso, antes que histéricas de mediana edad, que solian volverse posesivas y extravagantes. Llevaba muchos años en el negocio del sexo como para saber que era mejor contactarse con personas medianamente sanas antes que privilegiar los números y los contactos.

Siguió su camino y cuando estaba llegando al Patio de Comidas, recibió un llamado de su mujer, que le pidió un par de artículos de librería para llevarles a las niñas.

Guillermo llevaba una doble vida. Sabía separar muy bien el negocio de su vida personal. Para su familia, trabajaba en una inmobiliaria prestigiosa de la ciudad. La agencia usaba esa fachada. Incluso tenía una oficina en el sexto piso con agentes inmobiliarios reales que hacían operaciones comerciales.  Eliza, Clara, Guillermo y todos los demás, operaban en el séptimo piso, que ocupaban por completo.

A decir verdad nunca supo cuántos acompañantes tenía la agencia. Les iba lo suficientemente bien como para no necesitar averiguarlo.

Habia terminado de comprar cuando Clara le llamó al celular para decirle que tenía un encuentro a las 4 p.m. Eliza le acompañaría porque la cliente quería experimentar un trío.

(Cotinuará)

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