martes, 16 de abril de 2013

Atravesando el parque

















Atravesando el parque

A Carina se le había hecho muy tarde. Justo ese día había dejado el auto lejos, del otro lado del parque metropolitano.

La clínica en donde trabajaba estaba enfrente del parque-jardín, que ocupaba varias manzanas. Si bien estaba iluminado, no era muy aconsejable que lo atravesara a esa hora y no le daban ganas de dar un rodeo para llegar al vehículo.

Que mala suerte, pensó. Justo hoy, la playa de estacionamiento en la que solía dejarlo, había cerrado por refacciones y se había visto obligada a buscar otra del otro lado de los árboles que ahora, en la oscuridad de la noche, se veían en penumbras, apenas rotas por las farolas de los caminos solitarios.

No se animaba a atravesar porque había muchos escondites en donde podían quedar agazapados desde delincuentes a drogadictos o parejitas que hacían el amor allí porque no tenían dinero para un hotel.

¿Que podía hacer? No le agradaba dar la vuelta alrededor porque había que caminar demasiado para rodear las manzanas que ocupaba. Teniendo el auto a algunas cuadras, tampoco tenía sentido llamar un taxi.

Estaba organizando las cosas de su consultorio para cerrar e irse a casa, cuando, casi resignada a tener que caminar un montón de cuadras, vio a Daniel, otro de los médicos de la clínica.

Al parecer, como ella, se le había hecho tarde. Apenas le conocía porque hacía poco que había empezado a trabajar como psiquiatra, pero el carácter bonachón que parecía tener, le animó a pedirle que le acompañara atravesando el bosque para llegar rápido al vehículo.

Daniel le dijo que sí, que no había problema. Iba a acompañarla hasta el coche. El se venía caminando y la playa en donde Carina había dejado el auto, le quedaba de paso.

Después de despedirse del guardia de seguridad que estaba a la entrada de la clínica, cruzaron la calle y se adentraron en el bosque poco iluminado. Iban caminando por una zona con mucha vegetación y hablaban animadamente.

Al atravesar por debajo de un puente, sin previo aviso, les salió un hombre de gran envergadura que empuñaba un revólver de tambor. Totalmente calvo, con una chaqueta que tenía el cuello levantado lo suficiente como para ocultar parte del rostro, los encañonó directamente. Sin dar tiempo a ninguna reacción, con la empuñadura del arma, golpeó secamente la cabeza de Daniel, que sin decir nada, se desmoronó inconsciente.

El delincuente arrastró el cuerpo del psiquiatra a un rincón y dejándolo oculto entre las sombras, debajo del puente, con acento amenazante, tiró de Carina y, llevándola del brazo, atravesaron unos arbustos hasta llegar a un pozo oculto entre la maleza.

Indefensa y aterrorizada, Carina intentó gritar pero ya era tarde. El hombre le tapó la boca y antes de que pudiera pedir auxilio, le amenazó con el arma, diciendo:

- "Nada de gritos...¡ porque sos boleta ! ¿Entendiste?"

Con el terror en los ojos, la mujer intentó ofrecerle el bolso con el dinero y el celular. Trató de quitarse el reloj y dárselo al delincuente a cambio de que le dejara ir en libertad.

Sin responder nada, el hombre que seguía empuñando el arma con la mano derecha, metió su mano izquierda por debajo de la blusa, frotando fuertemente los pechos y rompiendo de un tirón salvaje el corpiño que llevaba. Las manos curtidas del delincuente frotaban la piel suave dando una sensación de piel áspera, que sin miramientos tocaban el cuerpo de Carina explorando toda su extensión.

Empujada salvajemente contra el suelo, aterrizó sobre el verde del pasto y después de recibir nuevas amenazas, el hombre dejó del revólver a un costado y con ambas manos arrancó a jirones las prendas de Carina, quitándole la blusa en pedazos, subiendo la falda por encima de la cintura y destrozando los panties que llevaba y la bombacha negra que vestía.

Las aréolas quedaron a la vista igual que su entrepierna, que estaba rasurada delicadamente.
Con ambas manos el hombre separó fuertemente las piernas de Carina, y metiendo su cuerpo entre ellas, sostuvo los brazos extendidos de la víctima sobre la gravilla. Aún con pantalón, el calvo de edad media frotó su sexo contra la vulva de Carina que notó la tela áspera del jean cómo frotaba su concha mientras la boca del hombre buscaba su cuello para lamerla como un animal sediento. La sensación caliente de la saliva del hombre sobre su piel y el frotamiento brutal de su sexo fue una de las sensaciones más bizarras que la mujer había experimentado.

Carina se encontraba confundida y desesperada. Inmovilizada por el peso del cuerpo del hombre, y sin poder usar sus manos. El forcejeo con el que intentaba oponerse al violador no hacía más que aumentar la respiración mientras el hombre se dedicaba a lamerla como un perro.

El hombre paró de repente, y tomando una soga que ya tenía preparada, ató sus manos a un árbol cercano y dejándola acostada boca arriba en el piso, cubierta sólo con los restos de la ropa que le había destrozado, se quitó los pantalones.

Desnudo, volvió a abrir las piernas de la mujer indefensa y hundió su cara en el sexo. Con la lengua abrió los labios vaginales y comenzó a lamerla larga e insistentemente. Su lengua se movía arriba y abajo, alternaba con chupadas que parecían que iban a desprender los labios menores y se metían por el orificio vaginal, escarbando dentro él como intentando atraer los fluidos a su boca.

El hombre comenzó a refregar sus genitales por todo su cuerpo. Al pasar la cabeza del pene cerca de su cara pudo sentir el rastro caliente de un hilo de líquido espeso y pegajoso que quedó pegado a sus labios y mejillas.

Con su picha totalmente erecta, se terminó de acomodar colocando el sexo directamente frente al coño de Carina. La mujer comenzó a mover las caderas de forma desesperada en un intento final de evitar la penetración. No lo logró. Con un brutal movimiento de caderas el forajido la penetró.

Entraba y salía con tanta violencia que la mujer empezó a mojarse a consecuencia de la feroz estimulación a la que era sometida. En una de las salidas de la polla, sintió cómo el semen caliente del hombre salpicaba su raja y pudo sentir cómo el líquido caliente le chorreaba hasta el culo.

La erección del hombre se mantuvo y llevó el glande manchado de leche a su cara. Sin miramiento alguno, abrió la boca de la fémina y la penetró sin miramientos, tanto así que la polla le llegó profundamente en la garganta y el reflejo provocado le llevó a hacer una arcada.

El hombre, lejos de terminar, siguió bombeando el sexo en su boca mientras usaba los dedos de su mano para penetrarle la vagina, presionando hacia adelante para estimular el punto g.

Carina no podía pensar. Un gran huracán de ideas venían a su mente mientras la salvaje felación se mezclaba con la estimulación vaginal intensa. Sin poderlo evitar, podía sentir cómo su cuerpo reaccionaba a la violación de modo inesperado y mientras las oleadas de sensaciones le azotaban haciendo reaccionar su cuerpo, sus músculos vaginales se contraían sobre los dedos del desconocido mientras el flujo escapaba del coño.

El hombre sacó la verga de su boca y llevó los testículos a sus labios. En un primer momento la mujer se resistió, y después de ladear la cabeza para un y otro lado, el hombre sostuvo fuerte la cabeza tomándola de los pelos. Sabiendo que no podía hacer nada para oponerse, sacó la lengua y comenzó a lamer los huevos.

Las olas de placer que su cuerpo generaba, muy a su pesar, se mezclaban con la sensación de impotencia, rabia y miedo, para volver ese acto salvaje de sexualidad brutal, una mezcla explosiva que estaba haciendo estallar su cerebro.

Volviendo a penetrarla, el maleante la ensartó ferozmente hasta el fondo mientras la mujer comenzaba a temblar en todo el cuerpo. Parecía una reacción en cadena que mezclaba el dolor por la vigorosa verga que la taladraba y sus propios movimientos de cadera. Este baile brutal no hacía otra cosa que excitar más al atacante, que volvió a terminar, pero esta vez dentro de ella.

El chorro de leche que sintió derramarse en su interior coincidió con las contracciones de su cuerpo que así terminaba en un orgasmo que Carina pensaba era inexplicable. Sintió cómo un chorro de líquido salía de su raja empapando al asaltante y corría por la cara interna de sus muslos. La mujer nunca pensó que podía excitarse de esa manera.

Abrió los ojos agitada y la luz del amanecer le desconcertó por unos momentos. Tardó uno o dos segundos en reaccionar y darse cuenta que había tenido otro sueño húmedo. Estaba mojada. Tendría que cambiar la bombacha que llevaba puesta y las sábanas. Se dio vuelta y vio decepcionada que su marido seguía durmiendo plácidamente. Le habría hecho falta un buen polvo.

Tocándose el coño mojado, Carina decidió que a falta de verga, iniciaría el día con una rica paja.

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