viernes, 2 de noviembre de 2012

Un dia especial




















Un día especial

Era un día especial.. yo estaba en Buenos Aires. Había viajado por negocios y me quedaba viernes y sábado. En realidad, podría haberme ido el viernes, pero planifiqué quedarme hasta el sábado a la noche para que nos encontráramos en la mañana, en mi hotel.

Era la excusa perfecta: podías decirle a tu marido que ibas a comprar por la mañana y que necesitabas salir sola. Pensando en vos, me dormí la noche del viernes completamente excitado. Te mandé un mensaje de texto breve, casi un telegrama por si te lo leían. Repasando tus fotos en mi computadora portátil, no pude evitar soñar con tener tu cuerpo desnudo sobre el mío.

Por la mañana, bajé a desayunar temprano. No quise alejarme demasiado del hotel porque no sabía a qué hora tenía que esperarte. Compré el diario y mientras tomaba un café con un par de medialunas, intenté leer algo mientras mis pensamientos corrían a más no poder.

A eso de las diez, me llegó tu mensaje a mi celular. Estabas cerca del hotel. Fui a esperarte. Cuando nos encontramos, nos dimos un beso en las mejillas. Te tomé de la mano. Entramos al hotel y el conserje se hizo el distraído gracias a la propina que le di antes de desayunar. Dentro del ascensor, no pude menos que abalanzarme sobre vos para darte un largo beso de lengua mientras acariciaba tu culo y traía tu cuerpo contra el mío para que sintieras mi pene duro y erecto.

Te susurré al oído:

- No puedo esperar más, te necesito ahora. Dije con voz grave
- Te vas a tener que aguantar, porque aquí no vamos a hacerlo. Me dijiste con una sonrisa cómplice

Mientras me lo decías, imaginaba tu cuerpo desnudo. Una ola de excitación recorrió mi cuerpo concentrándose en mi polla.

Me contuve las ganas de abalanzarme para quitarte la ropa. Esperé pacientemente hasta llegar al 5º piso y recorrer los pocos metros que nos separaban de la habitación. Abrí rápidamente y después de entrar, cerré con llave. Miré para asegurarme que nadie pudiera vernos a través de las ventanas abiertas y después de eso, nos besamos largamente con la boca abierta.

El piso de la habitación estaba alfombrado. Todo lucía silencioso, ordenado y limpio. Había un agradable olor en el ambiente. La habitación había sido aseada hacía muy poco.

Me recliné un poco para meter mi mano bajo tu falda. Tomé las bragas rápidamente y te las bajé hasta los tobillos. Quedaste sorprendida, y excitada al mismo tiempo, mientras saltabas hábilmente encima de ellas para dejarlas en mi mano.

Las olfateé y comprobé que había un pequeño hilo de fluido. Eso me excitó más y pensé en que no había forma de controlar mi calentura. Lamí tus bragas y eso te encendió por completo. Viniste hacia mí y me abrazaste apretujándome fuerte. Mientras me besabas penetrándome con tu lengua, te levantaste la falda por la cintura.

Al tiempo me abrías el pantalón, y bajando mis boxers, dijiste:

- ¡Cómo me has puesto! Voy a cien. ¿seguro que nadie puede vernos?
- Segurísimo. Te respondí

Te puse la mano en la entrepierna y te introduje un dedo en la vagina que ya estaba húmeda y viscosa.

- No, el dedo no, te necesito adentro.

Me sorprendió tu intensidad. Me indicaste que me echase sobre la cama y eso hice. Inmediatamente trepaste encima mío, poniendo la punta de mi glande en la entrada de tu concha. Con un leve empujón de tu cuerpo, entró por completo. Permaneciste así, quieta durante un ratito hasta que, agarrándome de los pechos y con los ojos cerrados comenzaste un suave vaivén adelante, atrás y circular. La penetración era máxima y tu clítoris rozaba con mi velludo pubis a cada movimiento.

Iniciaste una serie de jadeos in crescendo que culminaron con un ahogado grito de placer. Entonces sentí un reguero de calidez húmeda deslizándose por mi miembro hasta su base, que era la evidencia líquida de tu orgasmo. Reposaste sobre mí y me susurraste al oído que nunca habías tenido un orgasmo igual. Yo, que hasta entonces me había limitado a abrirte la ropa y tocarte los pechos por encima de la blusa, te agarré del culo para levantarte y bajarte rítmicamente sin dejar salir el glande de tu vagina.

Debido a que ya habías llegado, estabas muy dilatada, por lo que tuve que estar un buen rato metiendo y sacando la pija. Al darte cuenta, apretaste los músculos vaginales envolviendo mi pene más estrechamente. Te bajé y subí una vez más y al volver a bajarte me vino tal orgasmo que tuve que arquear la espalda hacia delante. Cuando relajaste la presión sobre mi pene eyaculé en tu interior con dos fuertes sacudidas que impregnaron tu cavidad con mi gelatinoso semen.

A cámara lenta te izaste sobre mí y pude sentir cayendo desde tu entrepierna un poco de fluido sobre mi ombligo.

Como todavía teníamos la ropa puesta, nos desvestimos por completo. Abrimos la cama y nos deslizamos entre las sábanas completamente desnudos. Yo estaba boca arriba. Vos me abrazaste por el costado y abriendo tus piernas, deslizaste una de ellas por encima de mi cuerpo, apretando con tu muslo ligeramente mi sexo, que empezaba a erectarse nuevamente. Tu concha estaba apretada contra mi muslo. Empezaste a moverla lenta e insinuantemente.

Esta vez la cosa no fue tan carnal. Intenté lucirme un poco más, y creo que quedaste satisfecha.

Esa mañana cogimos varias veces.

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