miércoles, 7 de noviembre de 2012




















La mejor amiga

La mejor amiga de mi mujer estaba pasando por un mal momento. Su esposo le había abandonado después de un matrimonio de 17 años sin previo aviso. Julia es una mujer de 43 años. Es amiga de mi mujer desde los días de facultad cuando juntas estudiaban traductorado de inglés. Sin hijos ni familia en la que ampararse, Julia recurrió a su mejor amiga en ese momento traumático de su vida.

Mi mujer le invitó a pasar con nosotros un par de semanas para que se sintiera mejor y me pareció bien. Yo aceptaba la situación de buena gana, porque Julia siempre ha sido una mujer muy amable. Culta y atenta, le he considerado siempre una gran interlocutora. Sus charlas son agradables y sus puntos de vista, aunque un poco intrincados, interesantes.

Casi le conozco desde siempre, porque conocí a mi esposa actual Graciela, cuando ambas estudiaban en la facultad. Al poco tiempo de enamorarnos, Julia se volvió inseparable de nosotros. Pude conocerle varios novios, incluyendo el que se convirtió en esposo. Pero debo confesar que ninguno de ellos estaba a la altura de la amiga de mi mujer. Ninguna de sus parejas parecía cuadrar bien con su personalidad culta, su gusto por la literatura y el arte fotográfico y pictórico.

Julia ha trabajado en una gran cantidad de proyectos culturales y en cierto modo le he admirado en secreto por ese motivo durante largos años. Su pasión por el arte ha sido un motor de inspiración para mi.

Es aficionada al deporte y suele ejercitar con una personal trainer. Junto al entrenamiento supervisado, que lo realiza una par de veces a la semana, suele complementar su trabajo físico con una rutina diaria de ejercicios aeróbicos. Como en casa tenemos un estupendo jardín, se levantaba temprano en la mañana y después de tomar un jugo natural, iba a disfrutar del sol mientras hacía su rutina. Después de unos cuarenta y cinco minutos, marchaba a la ducha completamente empapada de sudor.

Julia es una mujer delgada, pero con un perfil muy sinuoso. Tiene unas caderas marcadas y su trasero que puede volver loco al afortunado que pueda verle, porque es una persona muy pudorosa. Nunca le he visto pantalones ajustados ni le gusta mostrar sus variados encantos. Puede decirse que hasta parece ser un poco mojigata en ese aspecto. Su cabello largo y negro, marca un rostro oval coronado con dos ojos verdes. Su estatura es mediana.

Tengo la costumbre de trabajar en casa un par de días a la semana, por lo que coincidía con Julia en esas mañanas. Las dos semanas iniciales se habían prolongado y ya hacía casi dos meses que le hospedábamos. La terapia post-divorcio de "cuida familia" que le habíamos dado a nuestra huésped, había resultado de maravilla. Julia había recobrado el equilibrio y su buen humor había vuelto a vivificar su espíritu. Hasta bromeaba conmigo, retándome a seguirle el ritmo en sus ejercicios matinales.

Esa mañana en particular, fue especialmente insistente a que fuéramos al jardín a entenar juntos. Como en realidad no tenía yo demasiadas ganas de enfrascarme en mi labor profesional y meterme de cabeza en el ordenador, acepté de buena gana, disfrutando de antemano la picardía de tomarme un par de horas libres a escondidas de mi esposa.

Durante todo el entrenamiento, no pude quitarle los ojos de encima. Su hermoso cuerpo cubierto por finas gotas de sudor, el sol bañando las suaves formas de su cuerpo. Su hermosa piel ligeramente bronceada, Sus calzas ajustadas y la hermosa forma de sus glúteos. La delicada forma de sus muslos y piernas. La excelsa forma de su barriguita y la insinuación de sus pechos en ese sujetador ajustado, que dejaba entrever la forma de sus pezones erectos.

Yo le comía con la mirada, sin perderme ningún detalle cuando pensaba que no podía ver la dirección de mis ojos.

Al terminar la rutina, sonrió de un modo enigmático preguntándome si me había divertido con el espectáculo. Al notar la confusíón de mi rostro, me indicó que se refería a la mañana soleada. Riendo pícaramente, me dijo que había yo perdido la oportunidad de bañarnos juntos al no contestarle rápido. Respondí con alguna observación al tono y me alegré del buen humor de Julia.

El resto del día lo pasé trabajando intensamente y terminé olvidando el episodio. Al regresar a casa, mi mujer Graciela no se sentía muy bien y después de cenar, tomó una píldora para dormir y se dirigió al dormitorio. Me quedé lavando los platos en la compañía de Julia.

Tuvimos una conversación interesante mientras yo lavaba los platos y ella preparaba café. Noté con el rabillo del ojo que me miraba intensamente cuando creía que no le observaba. Mientras mantenía la compostura de rigor, comencé a fantasear inconscientemente con ella. Pensaba en su maravilloso cuerpo y en cómo sería en la cama.

Comenzó a contarme que desde su separación no había tenido relaciones. Hablaba sobre lo desafortunado que había resultado su matrimonio. Que en los brazos de su marido nunca se había sentido una mujer de verdad. Vestía un jean de lycra fina que mostraba todo el esplendor de sus caderas. Sus zapatos negros de tacones altos dejaban ver unos hermosos pies vestidos con una pulsera dorada. Una remera blanca ajustada cubierta por una camisa rosada terminaba de conformar un conjunto delicioso.

Cuando comenzamos a tomar el café, nos sentamos uno al lado del otro en el sillón de tres cuerpos del living. Se quitó la camisa. Pude entrever unos pechos hermosos, coronados con unas aréolas que se insinuaban rodeando sus pezones erectos. Su mirada era intensa. Yo en ese momento estaba hablando mecánicamente algunas tonterías.

Julia no dejaba de mirarme y cada tanto sus ojos bajaban y se fijaban en mis labios. Inclinaba levemente su cabeza y sus dedos jugaban con sus largos cabellos negros. Se me estaba insinuando y comencé por rozar sus manos. No las alejó. Me acerqué y le dí un beso, que respondió con fuerza y pasión. Al rodear sus labios, buscando el costado de su cuello, me dijo que quería hacerme el amor desde la mañana. Que quería hacer las locuras que yo hacía con su amiga, es decir con mi esposa Graciela.

Tomándome de la mano, me llevó hasta el cuarto de huéspedes, en el que le habíamos alojado. Le abracé por detrás y después de unos momentos, le quité la remera mientras ella llevaba sus manos hacia atrás para desabrochar mi cinturón. Metió sus manos en mi boxer para aprisionar entre sus dedos mi pene que estaba erecto, duro y humedecido ya por un par de gotas de líquido que se asomaba por la punta.

Me quité rápidamente los pantalones y la ropa interior dejándolos caer todo lo largo de mis piernas y procedí a abrir sus jeans para deslizarlos junto a sus bragas hasta el suelo de la habitación.

Me arrodillé para besarle los cachetes metiendo toda mi cara en su culo mientras le besaba. Le incliné sobre la cama para terminar haciendo que se pusiera en cuatro patas sobre ella. Arrodillado yo en el piso, sumergí mi cara en su sexo. Con mi lengua exploraba toda su chorreante raja y lamía el líquido suave que salía de su coño como de un manantial caliente. Mientras chupaba su sexo y le metía la lengua en su vagina, mi dedo pulgar sobaba fuerte su culo. Ante la caricia, Julia apretaba y relajaba el ano para aumentar la estimulación de mi dedo sobre su culo.

Después de unos momentos, mi polla no aguantaba más porque deseaba penetrarle profunda y largamente. Me puse de pie y acomodé el cuerpo de Julia como una perrita en cuatro patas sobre el colchón. Le penetré rápida y fuertemente, tan profundo que llegaba bien dentro de su vagina. Sentía su interior lubricado, palpitante y caliente.

Julia y yo gozábamos espléndidamente mientras gemíamos con gritos fuertes y graves. Afortunadamente mi esposa había tomado una pastilla de dormir y no debíamos preocuparnos por ser interrumpidos. Eso lo hacía más excitante y satisfactorio para ambos.

Con mi mano izquierda rodeaba su cuerpo para sobar y estimular el clítoris que se notaba largo y voluminoso. Pasaba mis dedos firmemente pero con cuidado de no lastimarle.Con la otra mano le estrujaba los pechos y presionaba sus pezones, estirándolos en un juego que le resultaba muy excitante.

Julia gemía y se estremecía con cada movimiento de penetración. A veces le daba un respiro ocasional retirando la polla por completo, pero en ese momento ella movía sus caderas buscando mi polla casi con desesperación y cuando le encontraba, apuntaba su vagina contra mi glande y ella misma retrocedía su culo para penetrarse con mi pene ergido.

A veces yo presionaba el tronco de mi pene con mis dedos para frotar con el glande la cara anterior de la vagina, presionando contra el hueso púbico lo más posible. Julia gozaba mucho cuando hacía esa maniobra, por lo que la repetí varias veces.

Se corrió una vez y con placer pude sentir cómo un chorro de orín se escapó de su coño ante la tremenda excitación que Julia esperimentaba. No retiré mi pene, por el contrario seguí estimulando y cuando estuvo lista de nuevo, arremetí ferozmente contra ella, para derramarme con un espléndido chorro de semen mientras gritaba como un toro embravecido.

Mojados y satisfechos, nos recostamos en la cama, permaneciendo abrazados mucho tiempo. En tremendo lío nos habíamos metido. Tendríamos mucho que tapar de ahora en adelante.

Esa no fue, en modo alguno, la última cogida de la noche.

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