lunes, 15 de octubre de 2012

La refacción

La refacción

Marisol es la esposa de Carlos, un primo de mi mujer. Solemos frecuentarnos desde hace años y con Carlos nos encontrarnos en las tribunas domingueras de nuestro club porque ambos somos aficionados al fútbol. Hemos compartido varias comidas familiares e incluso alguna que otra cena fuera.

Carlos y Marisol son personas muy tradicionales. Casados desde hace unos quince años, por lo que sé, están muy apegados a sus rutinas. Por los comentarios que a veces mi amigo cuenta, la rutina es una costumbre que también se ha arraigado al sexo. Sábados, luz apagada, misionero, en fin... una rutina más en medio de las otras.

Un día cualquiera, Carlos me pidió que fuera a su casa porque necesitaba hacer algunos cambios en la instalación eléctrica de su casa. Como tengo una pequeña empresa constructora, quedamos en que pasaría un sábado cerca del mediodía para ver cuál era el problema y analizar las posibles soluciones.

Fui un sábado a eso de las 11:00 am. Atendió Marisol, quien me dijo que su esposo no había podido esperarme porque tenía que atender a un cliente rezagado en el trabajo. Estaba recién bañada y su negra cabellera mojada caía sobre sus hombros. Vestía una solera que se ceñía a un cuerpo voluptuoso. Pequeña, de alrededor de 1,65, ligeramente rellenita, Marisol es sumamente atractiva. Sus caderas se marcaban deliciosamente en un vestido azul claro tachonado de blanco.

Me explicó cuál era el problema mientras recorríamos la casa para que yo pudiera tomar nota de las instalaciones, las salidas eléctricas y las llaves conectoras. A medida que avanzábamos en la casa, ella señalaba mostrándome los detalles, mientras me descubría sin intención alguna las formas armónicas de su cuerpo. Ocasionalmente mientras ella señalaba algunos detalles, me aproximaba a su cuerpo para sentir el aroma dulce de su perfume. A veces rozaba su piel con mis brazos. No pareció molestarle mi proximidad. Cuando avanzaba delante de mí, no podía menos que contemplar un hermoso culo franqueado por un par de caderas remarcadas que culminaba en unos muslos perfectos.

El trabajo iba a resultar algo pesado. Le pregunté a Marisol si prefería que lo termináramos rápido con una cuadrilla o si prefería que lo hiciera yo personalmente. Sé que Marisol y Carlos prefieren tener gente de confianza dentro de su casa, pero el atenderlos personalmente me llevaría un par de semanas. Una cuadrilla podría terminar el trabajo en sólo cinco días. Marisol quedó en consultarlo con su esposo y allí terminó la visita.
Un par de días después, Carlos me comentó que prefería que fuera yo el único obrero dentro de su casa y que podría contar con la presencia de su esposa porque tenía unos días libres. El no podía tomarse ningún día de descanso. Le aseguré a mi compinche dominguero que no habría problemas porque cuando trabajo suelo ser muy discreto. Así quedamos y me comprometí a iniciar la obra el siguiente lunes. Aprovecharía el calor de la época estival para acelerar las reparaciones.

Al lunes siguiente llevé los materiales comprados y las herramientas y comencé con las refacciones en el hogar de mis amigos. El trabajo de romper la mampostería picando para poder instalar los caños de la conexión eléctrica era lo suficientemente duro y agotador como para que comenzara a tomar la costumbre de quitarme la remera. Marisol solía acercarse cada tanto para charlar conmigo mientras trabajaba. Se notaba aburrida y bastante interesada en mis actividades. De mi parte, comencé a acostumbrarme a sus charlas. Cada tanto me traía algún refresco y compartíamos algunas anécdotas graciosas de las cosas que nos sucedían en nuestros trabajos. Con el correr de los días, nos fuimos haciendo más compinches al poder intimar sin la presencia de nuestras parejas.

Un día Marisol se había quedado dormida, por lo que me abrió la puerta despeinada y vestida con un camisón. Después de un ligero turbamiento y sus disculpas iniciales, a las que contesté sin darle demasiada importancia, me dejó pasar y fue a cambiarse. Mientras se dirigía su dormitorio para cambiarse, pude ver cómo su cuerpo se traslucía bajo el camisón dejando ver su delicioso cuerpo, las líneas de su sostén blanco y unas bragas blancas que marcaban sensualmente la curva de sus caderas y culo. Mi pene se erectó de inmediato. No puede quitarle la mirada de encima y cuando se dio vuelta dentro del dormitorio para cerrar la puerta, me pilló mirando su figura. Tanto Marisol como yo nos pusimos rojos de la vergüenza al darse ella cuenta de mi mirada lasciva. Mirándome de una forma extraña y con una sonrisa avergonzada en su rostro, cerró para cambiarse.

No paraba yo de reprocharme mentalmente la tontería de haberle mirado el culo descaradamente, pero viendo que ya no había nada que hacer, me juré mentalmente que apenas tuviera la oportunidad, me disculparía por mi grosería. Así comencé la calurosa jornada de aquel día. Mientras avanzada en el trabajo, sudaba copiosamente y terminé, como de costumbre, por quitarme la remera. El sudor recorría mi cuerpo. 

Estaba trabajando en la instalación eléctrica del antebaño. A través del espejo, pude ver por el rabillo del ojo a Marisol que me miraba. Estaba a un par de metros. Vaya que me sentí bien al verme observado. Mira, sé que no soy un adonis en modo alguno, pero sí puedo decir que me mantengo muy en forma. Simulé no darme cuenta y seguí trabajando tranquilamente. 

Luego de algunos minutos, Marisol apareció con un par de refrescos y comenzamos a charlar animadamente. Me disculpé sinceramente por mi lujuria mañanera, a lo que contestó que estaba bien, que no había problema. Después de estar conviviendo con ella por varios días, nuestro trato se había hecho más personal, con un grado mayor de confianza. Comentó acerca de que su marido no le miraba con mucho deseo. De cómo su rutina sexual se había estancado. Mientras hablábamos notaba el rubor que se apoderaba de sus mejillas. De tanto en tanto, sus ojos se desviaban mirando mi pecho desnudo, sobre el que corrían hilos de sudor. Le noté algo inquieta, cambiando de posición como si estuviera nerviosa.

Ese día estaba vestida de modo casual, con una remera blanca que dejaba apenas traslucir su corpiño. Su cabello negro estaba recogido con un moño que le sostenía por la nuca. Usaba unos jeans desteñidos que se ajustaban a su cuerpo dejando ver su cintura y la forma de sus caderas. Insinuaba una pequeña barriga natural que terminaba en un sexo delimitado por las líneas de unos muslos torneados. Vestía un calzado deportivo blanco. No recuerdo mucho los detalles, pero sé que estaba contestándole que si fuera su marido le costaría que sacara mis manos encima de su cuerpo. Ella sonreía de manera cómplice mientras se apoyaba por detrás contra el mueble del baño. 

Me acerqué lo más que pude, hasta rozar mi sexo contra el suyo. Marisol intentó un gesto para detenerme con sus manos. Sus palmas se apoyaron sobre mi abdomen desnudo cuando mi beso era ya evidente. No me detuve. En el último instante previo, movió sus palmas contra mi piel mojada de sudor. Era una caricia de lujuria contenida. O por lo menos me pareció que así era. Ese fue el detonante.

Mis manos se deslizaron siguiendo la circunferencia de su cintura para atraparle por las espaldas. Le arrimé mi rostro lo más que pude y le di un beso en plena boca, abriendo sus labios con mi lengua. Cuando abrió su boca, pude sentir el dulce y fresco sabor de su saliva. Sus manos se habían deslizado por mi espalda mientras me acariciaba empapándose en mi sudor.

Yo le había levantado su remera y después de desprenderle el corpiño, lo había deslizado por sus brazos. Con la remera completamente levantada, apreté su cuerpo contra el mío para sentir sus pezones erectos contra mi pecho. Mientras jugábamos con nuestras lenguas, pude notar que llevaba sus manos a mi pantalón para abrirlo. Le ayudé con el cinturón mientras bajaba el cierre y sentí que deslizaba sus manos para acariciarme el sexo y los testículos, mientras desplazaba mi boxer un poco hacia abajo. Parecía gustarle el sudor de mi cuerpo por la forma en que deslizaba sus dedos y sus manos sobre mi piel, como empapándoselas.

Bajé sin delicadeza sus jeans, arrastrando también su ropa interior. Me arrodillé frente a Marisol para mirar por un par de segundos su sexo desnudo, cubierto por unos vellos recortados delicadamente. Finalmente, sumergí mi cara sobre su sexo, deleitándome con el aroma de su piel mezclado con el sudor, producto del calor reinante. Pareció encenderse en ese momento y con sus manos apretó mi cabeza contra sí, mientras abría un poco las piernas para darme lugar y llegar profundamente a su entrepierna. Mis manos le acariciaban por detrás mientras mis meñiques y anulares exploraban la raja de su culo en toda su extensión.

Cuando mi lengua acariciaba sus labios menores aspiré profundamente. El sudor de su sexo, la piel de sus muslos y el orín creaban una fragancia única que en ese momento no hacía más que excitarme más allá de toda cordura. Sentía la sensación de sus manos recorriendo mis cabellos, atrayéndome hacia ella con fuertes caricias. Podía notar en la turbulencia de sus movimientos un volcán de deseos no consentidos que escapaban en ese encuentro inesperado entre nosotros. 

Mientras acariciaba su sexo con mi lengua, sentía sus gemidos de placer. Abría los muslos y con sus movimientos, había logrado deslizar abajo sus jeans, aprovechando para abrir sus piernas lo suficiente como para que mi lengua deslizara sobre sus labios hinchados y mojados. Pude sentir cómo un chorro de orín salía de su sexo mientras llenaba mi boca. Era caliente, ligeramente ácido y muy agradable de tragar. Parte del líquido se deslizó por la comisura de mi boca hacia el piso, mojando su ropa y mi cuerpo. 

Cuando se dio cuenta de que sorbía su orín con placer, Marisol pareció enloquecer, atrayéndome fuertemente contra sí. Mientras permanecía arrodillado, me separé ligeramente y con mis manos, di vuelta sus caderas haciendo que su culo apuntara directamente a mi cara. Inclinó su cuerpo apoyando las manos sobre la grifería del baño mientras yo abría sus nalgas y contemplaba su coño y el agujero de su culo. Me sumergí allí mismo, atrapando su sexo con mi boca para continuar estimulándole mientras acariciaba con mi lengua su clítoris, el interior de su coño y el agujero de su vagina. Con la lengua traía hacia mi boca todo el líquido que salía de su interior. La mezcla dulce del líquido pegajoso y sudor que sorbía, no hacía más que excitarme cada vez más, haciéndome llegar al momento cumbre de mi erección. Después de explorar unos minutos su coño, Marisol decidió que quería un beso negro, por lo que sin mediar palabra alguna, dirigió con sus manos mi cabeza hasta que mi lengua quedó sobre el agujero de su culo. Le lamí el culo sin contemplaciones mientras ella respondía con gemidos más intensos.

Al cabo de unos momentos, Marisol y yo estábamos listos para la penetración. Terminamos de desvestirnos allí mismo y fuimos directamente a la habitación. Sucios de sudor y orín, pero completamente enloquecidos de lujuria, nos tiramos sobre la cama matrimonial. Marisol se recostó de costado con sus piernas flexionadas hacia mi derecha, casi en posición fetal. Yo me arrodillé frente a ella, con mi pierna izquierda por detrás de su espalda y la derecha entre sus piernas. Mi polla completamente erecta, le penetró la resbalosa vagina hasta el fondo. Marisol se estremeció en esa primera embestida. Mi muslo derecho le acariciaba el abdomen mientras su pierna izquierda estaba por debajo de mi. Su pierna derecha pasaba sobre mi muslo y yo le sostenía con mi mano. Sentía cómo los músculos de su coño se estremecían sobre mi pene. Con el extremo de la cabeza de mi polla podía sentir el cuello uterino de Marisol. No pude evitar sentir una sensación de agradecimiento al saber que mi polla llegaba al extremo de su coño durante la penetración profunda. Ella no cesaba de gemir.

Comencé a embestirla brutalmente en esa posición. Sacaba casi por completo mi polla y le embestía fuertemente haciendo chocar nuestros cuerpos. Cuando le penetraba, usaba su pierna derecha sosteniéndola firmemente para llegar bien dentro de su cuerpo. Mi mano izquierda tenía los dedos en la raja del culo y mi dedo medio le acariciaba el ano fuertemente. Marisol contraía y relajaba el culo para aumentar el placer de la sensación de mi dedo penetrándole. Ella gemía fuertemente. Cada tanto giraba su rostro para verme. Mi mano derecha a veces dejaba su muslo para estrujarle los senos, que tenían los pezones erectos y duros.

Seguimos así durante varios minutos. Yo le embestía sin piedad y con cada movimiento podía sentir como la cabecera de la cama chocaba contra la pared. A veces su rostro hacía gestos de dolor, por lo que le preguntaba si quería que fuera más suave. Su respuesta siempre era que siguiera haciéndolo fuerte. Tras varios minutos, me dijo que terminaría. Esperé pacientemente hasta sentir sus gemidos y le pregunté si podía terminar en su coño. Dijo que sí, pero que quería que también le diera por el culo. 

Retiré el pene sin eyacular y recostando su cuerpo boca abajo, le pregunté si tenía vaselina. Me dijo que no por lo que busqué rápidamente margarina en la cocina, volví a la cama y le unté con el dedo por dentro y por fuera. Traté de dilatar su ano todo lo que pude. Puse mucha margarina sobre mi pene, untándolo prolijamente y poniendo el culo de Marisol en pompa, le penetré lentamente por el ano. Avanzaba poco a poco, esperando que se relajara antes de seguir.

Cuando le preguntaba para saber si había dolor, ella me pedía que siguiera. Cuando llegué todo lo profundo que pude, comencé a moverme lentamente mientras Marisol gemía fuerte. Sus labios estaban abiertos sobre la almohada y la saliva mojaba la funda. Comencé a entrar y salir mientras mi pareja movía sus caderas acompañando mis movimientos. Sentía su ano contraerse contra mi polla una y otra vez. Después de unos minutos de penetración anal, terminé por correrme derramando toda mi leche en su culo. 

Decidimos bañarnos juntos, luego fuimos a almorzar juntos por allí mismo. Pudimos hacer el amor nuevamente antes de que llegara su marido, ya muy cerca del atardecer. Ese día y los días siguientes, la obra no avanzó mucho, como podrás imaginar. Desde entonces, Marisol y yo nos hemos vuelto muy compinches.

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