viernes, 2 de noviembre de 2012

Compañera de oficina




















Compañera de oficina

Hace unos meses ingresó a nuestra oficina Elena, una nueva compañera especializada en márketing.

Debido a mis tareas puntuales de programación, comencé a pasar mucho tiempo compartiendo inquietudes, puntos de vista y desarrollos que debían ser verificados por ella, para ajustarlos a lo que necesitaba su departamento.

Con el paso de las charlas, nos fuimos convirtiendo en grandes amigos y las conversaciones paulatinamente se fueron alejando del enfoque profesional para acercarse a los temas personales.

Con el paso de los días, emepecé a darme cuenta que no era simplemente una compañera más, y que mi contacto con Elena dentro del trabajo más bien consistía en un conjunto de excusas que yo inventaba para justificar el contacto con sus ojos verdes, sentir su risa fresca y asentir cautivado a todas sus observaciones.

Tanto me había hechizado su presencia que comencé a preguntarme qué pasaba por mi interior, que sucedía dentro de mí y si esas sensaciones resultaban recíprocas. La situación era algo complicada, sobre todo porque en jerarquía Elena era mi superior. Si algo se concretaba entre nosotros, podían surgir dificultades de todo tipo.

Un día, en mi hora de almuerzo, caminaba por el parque que estaba a pocas cuadras de la oficina, con la idea de encontrar un lugar tranquilo y comer al aire libre. Para mi alegría, ví a Elena a la sombra de un árbol.

Al verme, agitó su mano y con una sonrisa, me invitó a acercarme. Así lo hice y mientras sonreíamos mutuamente, le dije:

- Hola ¿cómo estás?
- Bien, acabo de salir porque es mi hora de almuerzo.
- El día está muy lindo, yo tenía ganas de comer al aire libre.
- Qué esperas? dijo Elena tocando el piso con la palma de la mano, con un gesto típico que invitaba a sentarme a su lado.

Conversamos entretenidamente mientras comíamos. Muy relajados ambos, la charla informal fuera de la oficina terminó de convencerme de que no le era yo indiferente. Antes podía imaginar sus sentimientos, pero ese día, en la relajada tranqulidad del parque, pude notar algunos indicios que resultaron inequívocos para mi. En varias ocasiones se reía francamente, acercando su cuerpo contra el mío y afirmaba esa cercanía posando su mano sobre mi antebrazo. A veces, para afirmar algo puntual, me tomaba suavemente del brazo, apretándome delicadamente con sus dedos. Nunca le había visto tener esos gestos con otras personas.

Cuando me disponía a regresar a mi trabajo, de muy buen humor, mi compañera me pidió el móvil con una excusa banal. Se lo dí sin reparos y despidiéndome, regresé a la oficina.

Un par de horas más tarde, en pleno ajetreo laboral, siento la vibración de mi móvil anunciando un mensaje de texto. Al leerlo, veo un mensaje de Elena que decía "No comimos el postre... ¿tienes que hacer algo esta noche?". Respondí que me encantaría. Al presionar en botón de envío, pude ver unos escritorios más allá a Elena que sonreía mientras me miraba, y después de unos breves momentos de intercambio silencioso, volvió a enfrascarse en sus papeles todavía sonriendo.

Tan entusiasmado estaba yo que el resto de la tarde transcurrió rápidamente. Al finalizar el día, cuidamos que nadie del trabajo nos viera juntos cuando nos fuimos. Elena subió su auto y le seguí con el mío durante una media hora, hasta un barrio cercano a la ciudad. Después de aparcar, me invitó a subir y con un gesto amable tocó mi pecho con la palma de la mano mientras hacía una observación de lo grato que fue esperar a este momento. Elena me estaba seduciendo.

Su departamento es más espacioso que el mío, y más bonito debo decir. Una gran ventana da a un jardín interno entre edificios de la manzana. La noche transcurrió despacio y sin sobresaltos. Elena cocinó con muy poca ayuda de mi parte y cuando todo estuvo listo preparó los platos y unas copas con vino frente a un hermoso sillón en el living.

Después de una sobremesa prolongada, a eso de las doce, me preparaba para despedirme cuando Elena, de pie junto a mí, acercó su rostro contra el mío y preguntó si no quería yo probar el postre esa misma noche. Sin mediar más palabras, nos besamos.

Me condujo a su habitación. Manteniendo las luces apagadas, le desnudé quitándole el calzado, el vestido y terminé desabrochándole el sujetador. Esa noche era calurosa, pero no lo suficiente como para encender el aire acondicionado. Me quité la ropa y nos echamos sobre la cama.

En la agitación de nuestras caricias y movimientos, pude sentir cómo el cuerpo de Elena comenzaba sudar ligeramente. Le besaba yo en diferentes partes de su cuerpo y el dulce aroma de su piel, aumentado por el sudor suave que le cubría no hacía más que encenderme. Varias noches soñaría yo con el sabor que sentía en mis labios esa noche.

Elena emitía un sonido suave que parecía un quejido contenido, apagado. Sus suspiros intensos se repetían uno tras otro. Estábamos muy excitados. Entrelazábamos nuestros cuerpos usando brazos y piernas, acariciándonos con toda la superficie de nuestra piel. Sus manos me recorrían y cada tanto guiaba mi cabeza para ubicar mis labios en sus lugares erógenos.

Cuando Elena me recorría con sus manos, mi corazón golpeaba locamente dentro de mi pecho. Mi respiración se aceleraba y un cosquilleo intenso me recorría el cuerpo mientras oleadas de placer explotaban siguiendo el recorrido de sus manos.

Recosté su cuerpo justo al borde de la cama, con las piernas muy abiertas. Me arrodillé hundiendo mi cabeza en sus muslos, mientras mi compañera dejaba escapar largos y graves gemidos de placer. Los sonidos que emitía me excitaban todavía más. Podía sentir el aroma de su sexo que emanaba suave de su cuerpo. El flujo salía intensamente y me chorreba por la comisura de mis labios. Me encanta sorber el flujo vaginal.

Elena movía sus caderas siguiendo el ritmo de sus oleadas de excitación. Se frotaba por toda mi cara mientras podía ver cómo arqueaba su cuerpo. Mis manos le acariciaban los pechos, deteniéndose en los pezones erectos para apretarles muy suavemente. Luego bajaba siguiendo las líneas de su cuerpo y llegar al vientre. Con su respiración intensa, podía notar cómo su abdomen subía y bajaba en un compás suave, disfrutando de mis intensas caricias.

Su mano derecha se posaba en mi cabeza, y cada tanto sus dedos aferraban fuertemente mis cabellos. El intenso olor a su vagina me envolvía en un sueño provocador y excitante. No quería otra cosa que Elena terminara en mi boca, tanto estaba yo disfrutando de ese momento.

Perdí la noción del tiempo. Después de un rato que creí eterno, me subí encima de su cuerpo para penetrarle sin contemplaciones. Elena aqueaba su cuerpo con cada embestida que le daba. Se había tomado de la cabecera de la cama mientras mi pene entraba y salía de su interior con una desesperación propia de la necedidad de poseerle que me consumía en ese momento. Metía y sacaba yo mi verga de su coño mientras un torrente de sensaciones me invadía por completo.

Estaba yo por correrme cuando de repente Elena terminó en medio de unas intensas contracciones moviendo involuntariamente su cuerpo, ofreciéndome aún más su sexo y abriendose totalmente de piernas. Me corrí en ese preciso instante y nuestros gemidos roncos se mezclaron con las sensaciones de nuestros sexos mojados.

Ambos terminamos exhaustos y felizmente satisfechos. Elena me invitó a quedarme esa noche y varias otras.

Desde entonces, hemos mantenido nuestra relación en secreto, para que no afecte nuestra relación en el trabajo.

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