miércoles, 7 de noviembre de 2012

La socia















La socia

 Esa tarde había sido de todo menos normal. Con Ana María tenemos una empresa de desarrollo y consultoría, y esa semana estábamos terminando un trabajo para unos de nuestros más importantes clientes. Los empleados estaban dedicados a terminar los últimos toques en cada área. Todos estábamos cansados, pero como era viernes, el buen humor invadía las oficinas.

Para la hora de cierre, quedaban unos pocos temas por resolver y decidí quedarme unas horas más para no tener que correr el lunes y así entregar los diseños sin más retrasos.

Los empleados ya se habían ido al momento en que Ana se acercó a mi oficina para saludarme. Cuando vio que estaba trabajando, le comenté que pasaría un par de horas más. Inmediatamente dejó la cartera y se acomodó a mi lado en el escritorio para ayudarme.

Ante mi extrañeza, respondió que su novio estaba de viaje y no tenía planes mejores. No protesté demasiado. No sólo me llevo muy bien con mi socia, debo admitir también que es un placer pasar tiempo a su lado.

Ana llevaba una blusa rosada sin mangas con una chaqueta torera. Podía intuir vagamente la forma de sus pechos. Usaba una falda negra que marcaba deliciosamente sus caderas.

Mi socia es muy femenina. De cabello rubio y lacio que sobrepasa sus hombros, usa un flequillo que enmarca un rostro oval delicado y hermoso. Tiene unos enormes ojos café con un brillo especial que atrae a quien le mire. Sus largas pestañas se abren con atención cuando te mira. De piel ligeramente morena, no es muy alta. No es una persona delgada, pero tampoco puede decirse que tiene sobrepeso alguno. Su porte en general le hace muy atractiva visualmente.

Le quedan muy bien las faldas largas, de esas tablonadas que se pegan al talle. Tiene unos tobillos delicados y unos pies exquisitamente femeninos. Me gusta mucho cuando viste tacones y calzado negro, a los que suele acompañar con una pulsera dorada.

Estaba de muy buen humor y parecía ansiosa de tener algo de compañía. Esa noche la psaría sola. Su pareja viajaba con frecuencia y solía quejarse de la falta de atención que eso provocaba en su vida.

Nuestra relación se remonta a algunos años atrás, cuando le conocí como diseñadora en un proyecto importante. Tan bien nos llevamos enotnces que no nos separamos desde ese momento. Cuando se dio la oportunidad de montar un negocio propio, nunca dudé en hacer de mi amiga una socia.

Tiene buen gusto para el diseño y los colores y siempre aporta esa cuota de estilo que permite dar a los trabajos el sello especial de nuestra empresa. Complementa bien mi formación técnica que casi no contempla el diseño visual ni la belleza estética.

Debido al trabajo, pasamos mucho tiempo juntos. Compartimos desayunos de trabajo, almuerzos y cenas. Siempre me he sentido atraído por Ana, pero al no coincidir nuestros períodos de soltería, nunca me pregunté seriamente que sentimientos despertaba en mi interior su persona ni qué sentía ella por mi.

En esta noche que relato, ambos estábamos en pareja y todo me hacía presumir que lo único que compartiríamos en ese momento, sería el trabajo y cuando mucho, una cena.

Trabajamos algo así como una hora y media y todo quedó concluído. Le invité a cenar, pero estaba cansada. Le ofrecí entonces acercarle a su casa. La idea de no conducir y dejar su auto en el garaje del edificio pareció gustarle. Me propuso comprar algo de comer y cenar juntos en su departamento, a lo que acepté gustoso. Siempre me agrada su compañía.

Al llegar, cenamos cómodamente en su living mientras charlábamos con música instrumental de fondo. Yo había dejado el saco a un lado y Ana reposaba sus pies descalzos sobre una mullida alfombra.

Las horas habían pasado sin darnos cuenta y luego de las bromas y risas, ambos estábamos relajados en medio de la madrugada que había extendido nuestra noche.

Por un momento hubo un silencio prolongado en el cual ambos nos mirábamos como negándonos a desviar nuestros ojos. Su mirada era intensa como la mía. Yo estaba cerca de ella y el perfume de su cabello llegaba hasta mí en oleadas, creando un cúmulo de sensaciones nuevas que se apoderaron de mi estómago y nublaron mis pensamientos.

Mis emociones se mezclaban, con la visión de Ana en las penumbras de una luz suave que nos envolvía. Podía ver el sujetador que asomaba bajo su blusa rosada. Su hermoso rostro estaba enrojecido de rubor. Parecía haber adivinado mis pensamientos al ver el movimiento de mis ojos que le recorrían por completo.

Acerqué mi boca a la suya sin impedimento alguno de su parte y comencé a besarle tímidamente. Había llegado la hora de acariciarnos mutuamente.

Le quité por completo la blusa y deslicé los sujetadores para buscar el broche y desprenderlo. Ana abrió mi camisa por completo. Deslicé mis manos hacia abajo para acariciar sus bellos muslos y subir mis manos para llegar a la cintura, en donde desprendí su falda. Bajé la prenda deslizándola por sus piernas y pude ver una braga negra atada con unos lazos. Vestía medias que llegaban hasta la mitad de sus muslos, sostenidas por un liguero.

Me arrodillé sobre la alfombra, delante de ella y le tomé por el talle atrayendo su sexo a mi cara. Estaba yo muy excitado, tanto que me apretaba la polla dentro del calzoncillo y sentía la necesidad de liberarla por completo. Comencé a besarle en la entrepierna. El roce suave de la piel de sus muslos en mis mejillas contribuyó a encenderme aún más, mientras podía sentir el aroma natural de su sexo llegar hasta mí. Era una fragancia dulce y embriagadora.

Terminamos de desvestirnos mutuamente y comenzamos a acariciarnos con movimientos suaves y tranquilos. Pude sentir su cuerpo por completo mientras mis manos bajaban por los hombros recorriendo cada detalle de su piel.

Al llegar a su abdomen, Ana abrió las piernas lo suficiente para que tuviera espacio para llegar a donde quisiera. Le masturbé durante un rato mientras acariciaba su sexo, las piernas y los muslos. Mi cuerpo estaba cerca de ella, por lo que mi polla rozaba sus muslos. Ella sintió el contacto suave de mi sexo y reaccionó acariciando el pene. Cada vez me acercaba más y más y podía sentir que sus gemidos eran intensos.

Mis manos se concentraron en llegar a su sexo. Ella había abierto mucho más las piernas y el camino estaba totalmente libre. Movía mis manos en movimientos circulares suaves, mientras mis dedos se concentraban en su clítoris. Podía sentir el suave y caliente líquido de su excitado sexo escurrirse entre mis dedos. Me gustaba estimularle y también a ella, porque levantó un poco su sexo para acomodarlo y hacer mis caricias más placenteras.

No me pude resistir más. Lancé mi boca sobre ella y comencé a comerle su coño. Pasé mi lengua por sus labios exteriores con mucha sensualidad, probando y saboreando el dulce licor que mojaba mis labios. Insistí en esa sesión de sexo oral comprobando que cada vez estaba más y más excitada. Introducía mi lengua en su vagina mientras le oía gemir.

Después de varios minutos, Ana se reincorporó y sentándome en el sillón, se arrodilló delante mío para meterse la polla en la boca. comenzó a masturbarme con sus labios y lengua pegándome una mamada larga e intensa para después sentarse sobre mí y dominarme por completo. Estaba claro que Ana necesitaba ser bien follada desde hacía mucho tiempo y yo me la quería follar una y otra vez en esa misma noche.

Me había montado mientras movía su culo hacia delante y detrás, en círculos para sentir al máximo mi polla en su interior y mientras se frotaba el clítoris fuertemente contra mi pubis. Yo le seguía el ritmo y cada tanto me incorporaba para chuparle los pezones una y otra vez.

Luego de un buen rato de follar en esa postura atraje su cabeza hacia la mía. Le acosté boca arriba sobre la alfombra y le empecé a frotar fuertemente mis genitales contra los suyos. Con el frotamiento podía notar como resbalaba mi polla en su sexo mojado y caliente y cómo mis bolas tocaban su culo.

Ana tomó mi polla con sus manos y la metió poco a poco en su concha. Procedí con cuidado para no provocarle dolor porque la cabeza de mi pene es enorme. Sentí que estaba totalmente dentro suyo, pero no me movía porque dejaba que fuera ella la que fuera marcando los ritmos, no sabía hasta qué punto podía llegar a dolerle mi penetración o darle placer. Lo hizo de forma acompasada, mientras yo seguía comiéndome sus pezones y le miraba con cara de lujuria.

Con mi mano derecha tomaba sus nalgas y las apretaba fuertemente. Notaba que su vagina era mucho más estrecha que la de otras amantes y la intensidad del mete/saca era mucho mayor para mí, me gustaba. Le pregunté si le hacía daño porque notaba como mi glande se frotaba intensamente en su interior, pero me respondió que siguiera con el coito.

Cuando vi que la polla entraba y salía con cierta facilidad debido a la lubricación, incrementé el movimiento de penetración. Al principio fui suave pero con los movimientos subí la intensidad. No demoré mucho porque estaba muy excitado y Ana me seguía el ritmo. Era nuestra primera experiencia y estábamos totalmente excitados. Fue tanta la estimulación que Ana terminó intensamente mientras me rodeaba con sus piernas clavándome las uñas en la espalda mientras su cuerpo se arqueaba apretándose contra mi.

Después de un rato, me pidió que sacara el pene y continuamos el coito con masturbación genital mutua.

Bajé mi boca a su sexo y noté que estaba empapada. Le pasaba la lengua muy fuerte sobre el clítoris y en ese momento sentí que después de mucho gemir volvió a correrse en mi boca. Era un gran momento y yo no quería parar. Volví a penetrarle tomando con mis manos sus caderas y presioné su cuerpo intensamente contra el mío. Me corrí en su interior como hacía tiempo no lo hacía. Tuve unos espasmos de placer mientras metía la polla bien adentro de su vagina. Ana jadeaba fuertemente, pero al terminar, lo hizo de manera dulce y tierna, con un sonido bajo, relajante y tranquilizador.

Esa noche no volví a casa.

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