miércoles, 7 de noviembre de 2012

Carolina en la oficina ( Carolina 2/2 )
















Carolina en la oficina 
(Carolina 2/2)

Después de nuestro primer encuentro sexual yo estaba muy emocionado.

Aquel día y aquella noche en la que nos habíamos amado, me hacía pensar que se había creado una conexión inquebrantable entre nosotros.

El recuerdo de la noche lluviosa en la posada, los gemidos de placer y lujuria, su sexo en mi boca, la entrega sin reservas y sobre todo, nuestra declaración mutua de amor, me hacían extremadamente feliz y dichoso.

A la mañana del viernes siguiente, nos despertamos, desayunamos juntos y emprendimos el regreso a la ciudad. No iríamos a la oficina porque nos tomaríamos ese viernes en compensación al "contratiempo" que significó pasar la noche fuera de casa.

Durante el viaje de vuelta, Carolina tenía un ánimo taciturno y reflexivo, que no coincidía con el hermoso día soleado que nos acompañaba en el camino de regreso. No le dí mucha importancia, creyendo tontamente que esa aparente apatía podía ser producto del cansancio acumulado en nuestra aventura.

Debo admitir que fui muy tonto. A pesar de toda la experiencia, minimizé los sentimientos de remordimiento que se apoderaron de ella. Si lo pensaba bien... si hubiera escudriñado en su alma... me habría dado cuenta.

La llevé hasta cerca de su hogar. Carolina no quería que la llevara hasta la puerta de su casa. Según me dijo en el trayecto, el pelmazo de su marido le haría una escena de celos si le veía bajar del auto de otro hombre.

Falta de confianza, algo de inseguridad, un poco de machismo teñido de violencia verbal, eran una explicación que mi amada dió a puro tironeo de preguntas y respuestas. Experimentaba un sentimiento de pudor y la vergüenza le embargaba al contar temas personales de su vida conyugal.

Le entendí, porque a mí tampoco me gusta ventilar ante otros los problemas domésticos y sexuales que tengo con mi esposa.

Según me explicó Carolina, su marido era extremadamente controlador. Eso era algo que yo sabía ya secretamente, producto de mis conversaciones con una amiga íntima mutua, pero de todos modos dejé pacientemente que se expresara para liberar esa carga que llevaba.

Su esposo diariamente le llevaba y traía del trabajo. Cada hora o algo así, le llamaba interrumpiéndole constantemente. Sin importar reuniones de trabajo, informes, estudio o lo que fuere, el gran rey de los pelmazos le molestaba constantemente. No tenía amigas ni amigos propios y mucho menos vida social independiente. Todo lo hacía o con sus tres hijos o con su marido. Para colmo de males, nunca gozaba de sexo consensuado porque el único que decidía cómo y cuándo, era él.

Eso pude comprenderlo mucho mejor, ya que en mi caso sucede lo mismo. Tío... no deseo a ningún amigo tener que rogarle a su mujer por sexo y escuchar siempre un no por respuesta. Algunas personas creen que por tener una vagina o una picha pueden manipular absolutamente todo en una pareja... Bueno, la verdad que eso no viene a tono en esta historia... que me he desviado...

Lo cierto es que si bien muchas cosas yo ya las sabía, no pude menos que admirar aún más a Carolina. Le hablé con el corazón y sinceramente diciéndole que ya no estaba sola. Que éramos dos. Que el mundo podía ser mejor si estábamos juntos.

Nos despedimos con un beso francés apasionado, y cada uno fue a su hogar.

Para el lunes siguiente, el mundo se derrumbó a mis pies. No la juzgues mal. Tienes que saber que Carolina es una persona bella, íntegra. Una dama como pocas. Carolina es toda una mujer.

En un momento de tranquilidad me llamó para hablar en su oficina. Asegurada la puerta para evitar espías indeseados, me explicó que un sentimiento de falta de lealtad, de pudor incomprensible le embargaron. Sentía que violaba la confianza de su matrimonio.

En fin, fueron torrentes de palabras que caían por mis oídos y no podía digerir en ese momento. Lo concreto, según me decía, es que lo nuestro fue un momento de debilidad mutuo que no se volvería a repetir. Que la entendiera. Que la disculpara. Que le perdonara.

Salí de allí con una tristeza extrema al pensar que la felicidad era para mí una fantasía que nunca podría hacer realidad. Tales eran los sentimientos que me embargaban que al finalizar la jornada cené por ahí algo rápido. Llegué tarde a casa con la excusa de una reunión inexistente. No quería ver a nadie, mucho menos tener que fingir la tristeza que me llenaba el alma.

Los días pasaron y me recompuse para dar batalla. Debilidad un cuerno, pensaba. Tenía que hacerle ver que ya estábamos involucrados más allá de cualquier negación. Tenía para respaldarme un montón de indicios previos. En más de una ocasión le había encontrado mirándome intensamente cuando pensaba que no le veía. A veces, cuando volteaba, podía ver por el rabillo del ojo que giraba su cara rápidamente.

A través de la puerta de su oficina Carolina podía ver el interior de mi despacho y a mí mismo dándole media espalda. Y vaya que me miraba cuando creía que yo estaba concentrado en la pantalla de mi ordenador. Sin que lo notara, yo había montado una cámara web de alta resolución que la enfocaba directamente. Tenía yo una toma directa de Carolina en mi pantalla. El show de sus miradas se repetían diariamente mientras le observaba en directo a través de esa cámara escondida. Joder. No soy ingeniero para nada.

Con toda esa evidencia, tracé un plan para encontrarme con ella a solas en las oficinas de la empresa. Hombre, te diré que puedo ser un tío extremadamente jodido cuando quiero salirme con la mía. Este era el caso.

El plan era el siguiente: el balance se acercaba. Todos teníamos listos los datos para entregárselos a Carolina el viernes por la mañana. Ella sólo debería cotejar cifras y para el viernes a las 11 am debía tener todo aprobado para que el gerente terminara de cerrar a las 5 pm. Todo estaba así dispuesto. Dispuesto un cuerno. Todo pasaba por mi despacho porque soy el encargado que elabora la data que Carolina aprueba.

Fingí un retraso, me disculpé con mi jefa cuando le entregué los datos a las 4:30, nos reunimos con el gerente y me disculpé con él diciéndole que había sido mía la culpa y que vendría el sábado de mañana a terminar todo para el mediodía. Que no hacía falta que nadie más perdiera su día. Que conmigo bastaba. El gerente estuvo de acuerdo, y por supuesto, tampoco vendría.

Carolina no tuvo otra opción que morderse los labios, y claro... como su trabajo aún no estaba terminado ella debería venir también para cerrar las cifras. Punto final. Sábado de mañana, los dos solos en la oficina. Creo que en todo momento mi amada sospechó que le había tendido una trampa, pero no es que hubiera protestado airosamente.

Te lo dije ¿no? Soy un tipo extremadamente jodido cuando quiero. Admito que todo esto fue muy retorcido, pero recuerda que estoy enamorado. No subestimes a un enamorado dispuesto a jugar todas sus fichas en una sola mano.

El sábado, dejé que Carolina subiera por el ascensor y sólo en ese momento entré al edificio. Le dije al portero que me avisara si venía alguien. Para que no sospechara, inventé un timo como que le usaría la oficina al gerente y no quería que me pillaran. Para mejorarle la memoria no tuve más remedio que pasarle un billete.

Pasé la puerta principal de la empresa y cerré la puerta asegurándola con llave. Fui directamente a la oficina de Carolina.

Estaba allí vistiendo casualmente. Tenía puesta una sudadera blanca ajustada que dejaba transparentar un corpiño color crema. Sentada frente al escritorio, inclinaba ligeramente su cabeza sobre los papeles. Su cabello negro y enrulado estaba recogido, dejando ver su amplia frente. La luz del sol que entraba por la ventana a su izquierda, dejaba entrever un ceño ligeramente fruncido por la concentración de la lectura y permitía apreciar las arrugas naturales de su hermoso rostro de cuarentona joven.

El nacimiento de su hermosa melena ensortijada estaba cubierto por una vincha colegial azul oscura. Las cejas pobladas limitaban los almendrados párpados de sus ojos. Las pestañas largas, la nariz amarfilada, los labios juntos y ligeramente fruncidos en un tono rosado intenso.

Sus pechos asomando por encima del borde del escritorio de caoba bailaban rítmicamente siguiendo su acompasada respiración. Los brazos inundados de sol dejaban ver el suave vello aterciopelado que antes había yo acariciado. La melena de cabello que descansaba en su espalda, dejaba apreciar la suave curva de sus hombros. A veces la vida se vive en un instante, pues yo elegí mentalmente ese momento.

Cuando notó que había llegado, sus ojos temerosos intentaron ignorarme en un gesto inútil de resistencia final. Se aferraban a la lectura de unos papeles que ahora eran una excusa.

Bastó esa reacción para darme cuenta que Carolina ya sabía lo que pasaría en esa mañana de sábado. Bastó eso para saber que lo intuía. Que ya no habrían más obstáculos. Aún hoy creo que Carolina me estaba esperando para que peleara de alguna forma contra sus contradicciones y les venciera.

Sin mediar palabra, llegué hasta ella y girando su sillón hacia mí, separé sus piernas y en el hueco que formaron con los muslos me arrodillé delante suyo para abrazarle en un gesto violento de pasión.

Mirando ligeramente hacia arriba, con mis manos sostuve sus mejillas y tirando suavemente su rostro hacia mí, le besé con desesperación. Arrodillado ante ella, parecía yo un fiel adorando a una deidad. Así lo sentía por lo menos y mientras saboreaba el sabor de su lengua y fluía su saliva dentro de mí, pude sentir sus brazos rodeando mi torso.

Me acercaba hacia sí, intentando hacer que mi cuerpo se apretara contra su sexo al tiempo que juntaba sus piernas y sus muslos presionaban mi costado. Todo su cuerpo se movía en una caricia que bailaba en un compás alocado, fuerte y cadencioso.

Yo seguía las líneas de su cuerpo y le acariciaba la espalda, los pechos, la cintura, las caderas para terminar recorriendo los muslos y sus piernas.

Nos desvestimos mutuamente. También yo vestía una sudadera que Carolina subió por mi espalda para terminar sacándomela por encima de mi cabeza. Terminó arrojada a un lado de la habitación. Por mi parte hice lo mismo. Al deslizar la blanca prenda por su frente, arrastré también sin querer la vincha que tan bien le quedaba. Liberé su cabello para mi propio deleite. Adoro el pelo largo, que suelto y negro resaltan la palidez de su delicada piel.

Desprendí rápidamente su corpiño y enfrentándome a sus pechos, lamí toda la curva de sus senos, acariciando al mismo tiempo las grandes aréolas de madre mientras notaba que los pezones se erigían rápidamente por la salvaje estimuación al que yo sometía a su cuerpo.

Torpemente, Carolina movia sus temblorosos dedos buscando liberar mi cinturón y pasar sus manos por dentro de mi pantalón, buscando, acariciando y tirando salvajemente de mi pene al tiempo que yo liberaba el botón y bajaba el cierre para liberar la presión.

No había tiempo para la ternura. Sus manos y las mías temblaban como si fuéramos adolescentes que temen ser reprendidos por sus padres. Los días que habían pasado desde nuestra última vez, sólo habían hecho acumular una pasión que ahora se liberaba como un volcán. Las caricias intensas, las lamidas mutuas, los chupones y mordidas que amorataban nuestra piel, antes que apaciguarnos, nos enloquecían en un frenesí que nunca antes había vivido.

Le quité las zapatillas y medias y al tiempo que hacía lo mismo, nos paramos mutuamente para liberarnos de nuestros jeans. Salieron juntos mi boxer y su tanga, liberando los cabellos de su sexo. Se veía flujo en los cabellos de la entrepierna de Carolina y agradecí mentalmente al cielo porque no sabía si podría contenerme mucho más.

Mi pene estaba erguido y erecto y podía verse por su extremo una gota de fluido seminal que Carolina se apresuró a tomar entre sus dedos y en un gesto falto de todo recato se lo llevó directamente a su boca para saborearlo con su lengua.

Rápidamente volví a sentar a Carolina, ya desnuda, en el sillón que había sido testigo mudo de todos nuestros actos, Me arrodillé nuevamente y al tiempo que sentía su voz ronca que pedía por mis dedos, mojé mi mano derecha metiéndola en mi boca para lubricarlos con saliva. En un movimiento rápido busqué el coño de mi amada e introduje dos dedos por su vagina mientras sentía cómo los dedos de su mano izquierda apretujaban la piel de mi nuca intentando clavarme sus uñas en una respuesta involuntaria al placer que la estremecía. Mi mano izquierda acariciaba sus pechos y pezones, al tiempo que iba locamente allá donde yo ya no podía controlarle en medio de ese frenesí de pasión y amor carnal.

La mano derecha de Carolina se aferraba tironeando fuertemente de mi pene hacia arriba y hacia abajo. Cuando podía, estrujaba el glande , tomaba el fluido seminal que ya salía prácticamente a chorros y lo esparcía por el miembro, usándolo como lubricante.

Carolina gemía igual que yo. Con mis dedos dentro suyo, pude ver que la saliva no era necesaria porque ya estaba lista. Movía mis dedos ritmicamente hacia arriba y abajo, al tiempo que los cerraba para presionarlos contra la pared anterior de la vagina, allí donde está el hueso del pubis. No recuerdo en dónde había leído que por allí hay que buscar el punto G. Ese pensamiento se cruzó por mi mente, pero era inútil. Si estaba yo estimulando el punto G o me había equivocado a Carolina parecía no importarle por la forma en que gritaba y se estremecía cuando yo presionaba contra el pubis. Con la palma de la mano en el exterior presionaba para estimular el clítoris.

Carolina chilló, me mordió y me clavó las uñas mientras sentía en mis dedos su orgasmo en la contracción alocada de sus músculos. Yo en ese momento le estaba chupando el cuello cual vampiro, dejándole un tremendo moretón que sería difícil de explicar a su marido.
Lo mismo sucedería con las marcas de mi cuerpo, pero digo la verdad cuando menciono que nada de eso nos importaba sino lo que estábamos viviendo en ese momento.

Pensando que ya todo habia terminado y que Carolina me haría acabar masturbándome como una adolescente, aflojé la presión y retiré mi mano.

Que equivocado estaba. Carolina se paró. Y me llevó hasta un sofá de su oficina que estaba frente al escritorio. Me hizo sentar en él y arrodillándose ante mí metió mi durísima polla en su boca al mismo tiempo que con sus manos acariciaba mis testículos presionándolos firmemente, pero sin hacerme doler en ningún momento.

Con sus labios presionaba fuertemente mi pene. Usándolos junto con la lengua, había deslizado hacia atrás mi prepucio porque yo no estoy circuncidado. Cerraba ligeramente sus dientes, lo suficiente para estimular los bordes del glande, que es la zona mas sensible que tengo. Deslizaba hacia afuera y adentro el troncazo que en ese momento era mi pene y con los dientes y lengua estimulaba los bordes de la cabezona picha.

Carolina me hacía sentir lo que era una verdadera chupada experta. Amigo mío... algunas mujeres como mi esposa no saben chupar el pene y francamente tampoco les importa demasiado aprender. Se lo meten en la boca y parece que creen que con eso solo te están estimulando. No era así con Carolina, que me estaba estimulando al máximo acariciándolo cuando estaba dentro de su boca. Agradecí mentalmente a quienquiera que le haya enseñado a chuparla.

En un momento sentí un ola de flujo seminal que salió por el miembro directamente a la garganta de mi amada y supe que ya era hora. La ola seminal precede a la eyaculación. Lo sé muy bien porque conozco mi cuerpo. Retiré el pene de la boca de Carolina y esta vez la tumbé yo sobre el sillon mientras le abría las piernas y buscaba con mi boca su coño.

Encontré los labios hinchados, lubricados y listos, así que, sin ninguna ternura, metí la lengua por su vagina al tiempo que una bola de flujo de Carolina llegó a mi boca. El flujo de las mujeres es dulce. Si están cerca de la menstruación es un poco menos dulce, con un toque muy suave de sabor ácido. Sorber el flujo me enloquece. A veces a Carolina, después de una intensa estimulación, se le escapa un chorro de líquido sin sabor, ese al que los especialistas llaman eyaculación femenina. Yo creo que es pis, pero bueno no iba a ponerme a investigar, lo cierto es que eso sucedió en esta ocasión. No importa, también me gusta saborearlo.

Sin pensarlo más, me retiré, me acosté sobre ella y la penetré fuertemente.

Cuando sentí que se iba, esperé que llegara al orgasmo por segunda vez y al sentir su vagina contraerse, me corrí llenándola de semen mientras ambos gritábamos y nos clavábamos nuestras uñas.

Después de unos momentos en el que sentiamos latir nuestros corazones, retiré el pene humedecido y nos tendimos juntos un largo rato en el sillón, que vería muchas más de nuestras aventuras después de esta.

Estaba ahora el problema de nuestras marcas y cómo explicarlas a su esposo y mi esposa. Lo resolvimos con su estuche de cosméticos. Me indicó pacientemente cómo proceder en mi casa con los cosméticos de mi esposa para tapar los rasguños y moretones y nos reímos un rato.

Me agradó volver a sentir su risa cantarina.

Decidimos seguir mintiendo a nuestras familias y pasar el día juntos.

Hasta hoy, con Carolina somos inseparables.

Ya te contaré cómo vivimos en nuestro mundo secreto, en el que somos muy felices.
  


 

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