miércoles, 7 de noviembre de 2012

La odontóloga




















La odontóloga

La mañana había transcurrido tranquila y en la oficina todos estábamos de buen humor, lo que no era muy común un día lunes.

El fin de semana había sido fantástico porque después de planear y cancelar repetidas veces, pude pasar un par de días tirado en la arena, disfrutando del sol y el aire de mar.

El agua estaba en su punto justo y en el hotel me habían atendido de maravillas.

Había vuelto a casa en la noche del domingo, conduciendo tranquilamente y con la caricia del viento sobre mi rostro por las ventanillas abiertas.

Si bien estaba fresco, la humedad del mar no llegaba a dar esa sensación de frío que suele sentirse cerca del océano mientras atardece en las localidades costeras.

Había viajado solo porque mi novia de ese entonces tenía que rendir un final el lunes en su facultad. Mi novia era pequeñita de tamaño. Tanto lo era que llegaba al metro sesenta. Lo que tenía de pequeña, lo tenía de exceso de responsabilidad.

Estaba preparando una materia importante no recuerdo si Derecho Civil, Procesal o algo así por el estilo, porque estudiaba abogacía. Le había llevado unas cuantas semanas y esos dos útimos días previos al examen, quería repasar todo concienzudamente.

En definitiva, hacía unos diez días que estaba en período forzado de abstinencia porque en esa época mis horarios eran muy irregulares. Recién entrado a la oficina, Carolina, mi jefa, estaba probándome, y terminaba frecuentemente tarde para encontrarme con mi novia.

Como mi novia no había podido acompañarme, me había dado permiso según decía (como si yo lo hubiera necesitado) y finalmente había partido solito y con apuro a disfrutar de la libertad de la playa.

La relajación en la arena no había contribuído nada a mejorar la fiebre peneana que padecía en esos días, al punto que varios chapuzones fueron no para probar el placer del océano, sino para ocultar algunas erecciones inoportunas cuando alguna chavala se cruzaba meciendo sus pechos, meneando sus nalgas o insinuando su raja en una minúscula tanga haciendo el tan famoso camello que tanto adoramos los hombres.

Cerca había estado de recibir algún puñetazo en el bar de playa porque mis infructuosos intentos se habían centrado en las pollitas más apetecibles que había podido detectar, pero claro, estaban tan apetecibles que ya tenían un macho listo para liquidarme ante cualquier movimiento sospechoso.

Mi último recurso, la camarera, había sido descartado de plano porque si bien estaba necesitado, no llegaba al extremo de tirarme una tía con bigotes y tetas que le llegaban al ombligo. Muy simpática, eso si, pero de sexo ni hablar.

A mi novia Estela le habían aplazado la mesa para el día miércoles, así es que tampoco habría entretención sexual para mí por lo menos hasta el jueves a la noche. Ya estaba pensando en recurrir a alguno de los videos porno que guardo meticulosamente como ayuda paliativa de emergencia, y con una buena masturbación intentar el salvataje de mis bolas que en ese punto estaban ya en estado de ebullición.

Así estaba yo en la oficina cavilando mis problemas cuando recibo una llamada de mi cuñada Nancy, la hermana mayor de mi novia. Nancy es odontóloga y es mi dentista de cabecera. Nos saludamos cálidamente ya que nuestra relación es muy estrecha y afable y me recordó que esa noche debía ir a la visita de control. ¡Coño! pensé, justo ahora. Como me tomó de sorpresa, al no poder inventar alguna excusa, no pude menos que decir que sí y quedé en ir a última hora.

Luego del trabajo, fui al consultorio. Nancy es una tía muy agradable y simpática. Frecuentemente salía con su hermana y yo mismo a excursiones, viajes de placer, playas, picnics y cualquier actividad recreativa. Nancy está casada con un ejecutivo de una multinacional que pasa poco tiempo en casa y casi llegando a los cincuenta, tenía dos hijos adolescentes que hacen vida propia.

Así pues Nancy hacía vida de soltera y se aferraba a nosotros, lo que nunca me pareció mal, porque su carácter dulce, sencillo y su buen humor siempre fueron para mí muy interesantes. Mide algo más que su hermana porque llega al metro sesenta y cinco. Delgada, piernas bonitas con pantorrillas casi de bailarina y muslos bien marcados.

Entiéndeme, la describo así porque varias veces habíamos ido a la playa los tres y en esos momento podía apreciar todo el esplendor de su cuerpo.

No tiene mucha barriga, lo que para mí es una pena. Músculos abdominales marcados y por debajo del ombligo se le asoma la típica barriguita de madre que tan bien le queda a las mujeres y de la que tanto se quejan algunas.

Su espalda triangular de nadadora muestra una par de brazos delgados que terminan en unas manos algo huesudas pero no en el mal sentido, sino que permiten apreciar dedos delgados, finos y delicados que terminan en uñas cortas bien cuidadas.

Sus pechos son hermosos para cualquier edad, poco voluminosos y ligeramente colgantes, pero no lo suficiente como para darle un aspecto estético desagradable. Cuello delgado y largo, rostro fino y de mejillas apenas hundidas. Nariz respingada, ojos redondos y negros, con cejas negras sin depilar como la chica de la Laguna Dorada. Pelo castaño oscuro hasta los hombros, con flequillo por encima de las cejas. Su trasero de nalgas redondas y musculosas, deja adivinar la famosa figura de pera que no es muy común en mujeres que han tenido dos hijos.

De labios grandes y jugosos, cuando se ríe inclina hacia atrás la cabeza y la mueve de costado, lo que desplaza al flequillo y deja ver entonces un lunar hermoso a la derecha de su frente. Al reírse, acompaña con sus manos la boca como queriéndola tapar en un gesto inconsciente. Habla con voz melodiosa, de timbre ligeramente grave.

Me estaba esperando porque yo era su último paciente. Al recibirme vestía una chaqueta corta con botones a presión que dejaba ver el final de su cintura y todas sus caderas. El escote permitía ver el nacimiento de sus pechos como insinuando un par de frutos prohibidos. Tenía un pantalón negro y zapatos sin tacón del mismo color.

Su recepcionista ya se había ido porque era tarde y cuando entré, por precaución cerró la puerta con llave. Pasamos al consultorio saludándonos amablemente y como casi éramos parientes, nos contamos novedades mutuas, por lo que me enteré que su marido estaba de viaje de negocios en el oriente desde hacía más de veinte días. Lo contó con la resignación de una esposa que soporta una situación que no le gusta y no puede o no quiere cambiar.

Después de otras trivialidades, me hizo sentar en el sillón odontológico para revisar mi boca. Me acercó la luz y fue a lavarse las manos cuidadosa y metódicamente mientras bromeaba conmigo al decir que no quería infectarme. Yo le esperaba tranquilo y relajado.

Se acercó a mí sin barbijo y sin guantes, quizá por la relación de cercanía que me involucraba como miembro de su familia, por la confianza mutua que teníamos o tal vez porque simplemente me revisaría, ya que no tenía tratameinto alguno programado.

Se inclinó hacia mí, tomó mi barbilla con su mano izquierda y con la derecha metió un par de dedos para separar las mejillas y poder observar mejor el interior de mi boca. La sensación de sentir esos dedos finos y suaves fue agradable.

Yo le miraba directamente y con los ojos me detuve a observarle, recorriendo punto por punto todo los detalles de su sereno rostro. Podía oler un perfume suave que venía de su cuello y que junto al aroma propio de su piel, se mezclaban para envolverme y darme una sensación de cercanía, relajación y debilidad extrema.

Al mismo tiempo, me contaba algunas ocurrencias familiares y sin que Nancy lo notara, yo aspiraba profundamente cuando sentía las bocanadas de su agradable aliento llegar a mí. Sentía que me embriagaba cada vez más al inspirar ese calor húmedo que emanaba de su boca. Mi relajación me llevó a un estado de grato placer y bienestar.

Después de recorrer su rostro, miré disimuladamente por el hueco de su chaqueta, ese que se habia formado al inclinarse sobre mí y que había despegado el frente de la chaqueta de su cuerpo y permitía ver hacia adentro. Nancy no tenía corpiño. No vestía ropa alguna, sólo la chaqueta.

Como ya llevaba muchos días sin sexo, mis defensas estaban bajas. No pude controlar bien la situación. Ante la seducción de su presencia y la vista de esos hermoso pechos colgando delante de mí, las aréolas rosadasy los pezones que estaban erectos por el roce de la bata, terminé de excitarme repentinamente.

Al llegar al consultorio mi pene bailaba libre en unos boxers sin sujetadores, por lo que desafortunadamente al recostarme en el sillón apuntaba hacia abajo, como señalando a mis pies. Una posición muy mala ante una erección porque ante la repentina excitación el frente de mi pantalón se infló como una carpa de circo.

Si hubiera calzado jeans quizás el evento habría pasado desapercibido, pero en esa ocasión vestía el traje que traía de mi oficina.

La erección se hizo evidente. Para colmo de males, al intentar cubrirla moví rápidamente mi mano derecha, rozando sin querer la pelvis de Nancy, que desvió la vista y terminó de ver la montaña que tenía yo allá abajo. Estaba totalmente avergonzado, pero para mi sopresa, Nancy se rió despreocupadamente y comentó algo como que alguien estaba contenta de verla finalmente, haciendo alusión cínica a su situación matrimonial, de un marido que parecía no cumplirle sexualmente hablando.

Yo estaba embriagado. Excitado, avergonzado, tendido cual marrano esperando al matador, embelesado por su aliento fresco, su perfume, el suave cabello, la visión de sus pechos y su reacción sincera. Me lancé a una acción descabellada mientras pensaba en las consecuencias catastróficas que me traería esto.

Le tomé de la chaqueta por las solapas como si fuera yo un matón, acercándo su rostro al mío. Creo que pude balbucear algo así como que era hermosa o que me perdonara, pero así como estaba le dí un tremendo beso con la boca abierta metiéndole la lengua lo más adentro que pude. Pude sentir un sabor fresco que invadió mi boca, al tiempo que nuestras salivas se mezclaban.

Nancy levantó las manos interponiéndolas entre los dos, con las palmas hacia mí, como si la estuvieran asaltando al grito de arriba las manos. Al mismo tiempo que hizo eso, se separó mirándome con sus grandes ojos negros abiertos y asombrados. No pude menos que admirar su belleza mientras contemplaba esas arrugillas naturales que tanto me excitan en los rostros de las mujeres. No hay nada más hermoso que un rostro y unos labios naturales.

Hombre, pareció congelarse por un instante, sin atinar a decir nada hasta que pudo tartamudear un par de palabras. Yo estaba lanzado ya en el ruedo y sin importarme el final dije algo así como que no había podido evitarlo. Asombrada estaba ella todavía cuando le tomé firmemente por detrás del cuello con la mano derecha, atrayéndo sus labios gruesos, rosados y jugosos hacia mi boca nuevamente. Tenía ella un hilo de saliva colgando producto del bárbaro chupetazo que le había dado.

Mientras la atraía nuevamente a mí, con la mano izquierda había aprisionado su nalga y su muslo derecho, intentando subirla encima mío para que me montara cual jinete a caballo, Logré pasar la pierna al mismo momento que le besaba nuevamente. empujé su culo de tal forma que su sexo se montó sobre mi pene y sentí la suave presión de su entrepierna frotar mi excitado miembro.

Sus manos seguían interponiéndose y ahora estaban contra mi pecho. Intentó una separación que yo, como buen bruto, impedí a pura fuerza al tiempo que mi lengua seguía escarbando su boca y bailando locamente. Había mucha saliva en juego. No sé de su parte, pero de la mía, pude notar que mi cuerpo había reaccionado como un lobo a la vista de su presa, y al besarla la vez primera había secretado mucha saliva.

Tengo que admitir que peleó un poco, más bien creo que por apariencia o lealtad para con su hermana. Ese pensamiento cruzó por mi mente como un rayo de luz, por lo que me separé un instante de sus labios para susurrarle con voz ronca al oído "nadie tiene que saberlo" mientras rozaba con mis labios el pabellón de su hermosa oreja derecha. Ella se volteó todavía incrédula y nos miramos frente a frente por un segundo. Al cabo de ese tiempo pareció tomar una decisión y tomándome por la nuca con ambas manos me atrajo nuevamene a su boca para seguir con el beso interrumpido.

Nancy gemía quedamente meintras ahora sí sentía una gran cantidad de saliva que venía de su boca y que terminé tragando con deleite. Jugábamos con nuestras lenguas y nos turnábamos para penetrar con ellas al otro mientras la succionábamos y chupábamos fuertemente. Parecía que Nancy arrancaría mi lengua de raíz, tal era la fuerza de su succión.

Yo había llegado a meter mi mano por debajo de su negro pantalón sosteniendo las nalgas de su culo. Mi mano derecha estaba bien en el centro y el dedo medio buscaba el agujero de su ano. Cuando lo encontré lo sobé fuertemente sin penetrarlo, sólo por afuera. Cuando estoy conociendo sexualmente a una mujer, es frecuente que intente esa maniobra. Todas reaccionan de diversas formas. Algunas se excitan aún más, otras piden que les meta el dedo y otras lo rechazan. A Nancy pareció gustarle. Ya estaba frotando su coño contra mi agrandado pene y al sobarle el ano, redobló los movimientos mientras sentía un sí susurrado en una interrupción de la sesión oral.

Habíamos coordinado inconscientemente nuestras respiraciones para no interrumpir el beso para respirar. Fue un beso memorable. Por la forma de su reacción, hacía bastante tiempo que mi odontóloga no gozaba de una buena polla.

Después de algunos minutos retiré mis manos de su culo para desprender salvajemente su chaqueta y liberar el cierre de su pantalón. Ella me había sacado la corbata y había abierto mi camisa con tal fenesí que habían saltado algunos botones. Me reí internamente ante el pensamiento inoportuno de que tendría que buscar los botones. Me quitó la camisa y sobó mi torso fuertemente mientras intentaba clavarme las uñas. Era una linda sensación. Después de refregarme un poco, desprendió el pantalón y bajando el cierre llegó a la cabeza de mi polla que ya había humedecido mi boxer. Nos incorporamos y nos quitamosel resto de la ropa, incluyendo calzado y medias para quedar completamente desnudos.

Nos abrazamos fuertemente. Ella me tomó con ambas manos agarrando con sus garfios los cachetes de mis nalgas, apretando firmemente con los dedos y clavándome las uñas sin piedad mientras me presionaba contra su sexo. Mi pene se metió el el hueco de su entrepierna. Al sentirla, Nancy apretó sus muslos y movía su coño hacia adelante y atrás haciendo que mi pene le frotara el sexo al tiempo que nuestros fluidos se mezclaban porque estábamos empapados en nuestros genitales. Yo no me quedaba quieto y mecía las caderas también adelante y atrás en compas con mi ocasional compañera de baile. Al mismo tiempo, seguíamos chupándonos las lenguas, porque eso ya no se podía llamar beso. Nancy abría al máximo su boca y yo allá iba con mi lengua mientras la saliva pasaba entre nosotros a borbotones.

Después de un rato ya estábamos listos para otra cosa. El consultorio tenía un sofá turco de esos que se usan en las consultas de algunos psiquiatras. Estaba apoyado contra la pared, y vestido con franela marrón a cuadros, y tenía varios almohadones a modo de respaldar. También habían algunos libros médicos y unas bolsitas con remedios.

Allá fuimos. Todo lo que estaba sobre el sofá voló por el suelo alfombrado para darnos espacio. Parecía un ballet coordinado por la forma en que nos movíamos. Recosté a Nancy en el sillón y cuando me disponía a recostarme sobre su cuerpo, con sus manos cambió mi posición para darme a entemder que quería hacer un 69. Magnífica elección pensó el somelier que hay en mí y dándome vuelta, enfrenté mi picha a su boca y llevé mi boca a su sexo.

Nancy tomó mis bolas y el nacimiento de mi palo con su mano derecha y tragó directamente el sable que era mi miembro en ese momento. Acompañé con movimientos coordinados su succión. Su lengua acariciaba todo lo fuerte que podía a mi miembro, dándome una grata sensación de estimulación. Con la punta de su lengua acariciaba el borde del glande y la punta, jugando con el orificio y lamiendo el fluido seminal. Cuando el miembro la penetraba profundamente, respiraba fuertemente por su nariz. Cuando lo retiraba, chupaba fuertemente y tironeaba de la cabeza de la picha. No usaba los dientes como lo hace Carolina, pero era una excelente chupada.

De mi parte, con mis brazos había rodeado sus caderas y mis manos sostenían los cachetes de su culo separándolos para darme lugar. Al mismo tiempo sostenía el inicio de sus muslos. No fue necesario sostener mucho las nalgas porque había suficiente espacio para que Nancy se abriera y vaya si lo hizo. Aproveché las manos para acariciar su culo y recorrer los muslos y piernas durante toda la sesión oral que tuvimos.

Nancy no podaba su jardín y le agradecí mentalmente por ello. Me gustan peludas, lo admito. Visualmente no hay nada que me excite más que ver pelo asomándose por fuera de las tangas o bombachas. La mata de pelo estaba húmeda y olorosa, con olor a mujer. Me excité todavía más si eso era posible. Con la lengua separé los cabellos, acerqué la boca de tal modo que dejé la nariz casi penetrando su ano para posicionarme y comencé a frotar con mi lengua.

Con la punta de la lengua llevándola hacia mi barbilla, buscaba el clítoris para estimularlo. A veces me retiraba ligeramente para succionarlo con mis labios como si lo fuera a desprender. Nancy respondía con gemidos. Seguía con los labios menores, frotándolos hacia adelante y atrás. Los separaba y metía la lengua sobando la parte interna del coño, allí en donde se encuentra el orificio de la vagina y de la uretra. Notaba cómo mi hembra respondía a esta maniobra contrayendo sus músculos, que se movían en un compas coordinado con la lengua.

Había mucho flujo dulce, mucho olor y mucha humedad. Me acuerdo de eso y me excito nuevamente. Por momentos torcía la dirección de mi cabeza de tal modo que dejaba alineados los labios de mi boca con los labios menores de mi chica.

En esa posición, metía los labios menores en mi boca y chupaba para tirar hacia afuera con una presión ligera. Nancy gemía intensamente. A veces succionaba y movía mi cabeza lateralmente estimulando aún más esos labios menores que estaban agrandados por la excitación.

También lamía la vagina y metía la lengua por ella. Me gusta jugar mucho con los coños, porque sé que las mujeres necesitan estímulos prolongados para excitarse. Los hombres estamos listos en un instante, pero no es así con la mujeres. Me gusta que estén bien lubricadas para la penetración final y llevo adelante un juego previo que me resulta muy satisfactorio igual que a mi dama ocasional.

Nancy gozaba y me hacía gozar como un marrano. Después de un tiempo de juego previo, me pidió que la penetrara. Me levanté y se acomodó como una perrita en cuatro patas sobre el sillón, apuntando su sexo y culo hacia el borde lateral del mismo. Acomodé dos pequeños banquillos cercanos, llevé sus rodillas al borde y apoyé las piernas que sobresalían sobre los bancos para que no estuviera en mala posición. Siempre cuido de la comodidad de mis mujeres. La pose era magnífica (todavía adoro a ese sillón) porque yo parado tranquilamente llegaba directo al sexo de Nancy. Mi odontóloga rogaba y yo obedecía. La penetré fuertemente y tan profundo que en esa posición llegaba fácilmente al extremo de su vagina.

Gozábamos espléndidamente. Entraba y salía totalmente, así es que la estimulación para ambos era máxima. con mi mano izquierda, sobaba y estimulaba el clítoris de Nancy con una presión lo suficientmente firme para ver que le gustaba sin lastimarle. A veces retiraba la mano para estimularle los pechos y pezones, pero luego volvía y continuaba con el ritmo.

Mi mano derecha estaba sobre su culo y el pulgar estimulaba el ano. En un momento, me pidió que le metiera el dedo. Lo lubriqué con saliva y así lo hice. Gemía y se estremecía cuando llevaba el pulgar al fondo penetrando su ano todo lo posible.

Le daba un respiro ocasional retirando el dedo del culo y en ese momento tomaba mi propio pene y al entrar y salir del coño llevaba el tronco contra la cara anterior de la vagina, presionando contra el hueso. Nancy gozaba mucho con esa maniobra así que la repetí varias veces.

Sentí que se corrió una vez y continué estimulando. Muchas mujeres son capaces de tener varios orgasmos si luego del primero continuas estimulando. Con Nancy tuve éxito y después del tercer orgasmo me pidió que terminara. Arremetiendo ferozmente contra ella, me derramé con una cantidad extraordinaria de semen mientras gritaba como un crío.

Nos tiramos sobre el sillón y permanecimos abrazados algo así como una hora. Ya resolveríamos entre nosotros el lío en el que nos habíamos metido.

Esa noche fuimos a cenar juntos.

Nancy aún es mi odontóloga personal.
 

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